Montiel Ballesteros, modelo del escritor que crea a base de tradiciones y leyendas, nos refiere cómo Dios donó al hombre el mate amargo diciendo:
Nosotros también tuvimos nuestro Adán criollo a quien Dios, de una costilla, le formó una Eva que le presentó como compañera.
Luego de la china le trajo el pingo, para la lidia del trabajo y la diversión del paseo o de las carreras; el pingo que no se presta, como la guitarra, que también le regaló para endulzar los pesares, para ensayar estilos, tristes y vidalitas donde volcar la poesía de su alma.
Más adelante, para defenderlo de la intemperie, le construyó el rancho, en cuyos horcones se colgaría una rústica cuna y en cuyo fogón se asaría el churrasco para alimentarse.
Después le trajo el perro vigilante y la alondra matinal de la
Calandria autóctona para, en la aurora, despertarlo con su música desde la enramada.
Y el hombre, con todos esos tesoros, aún parecía no estar contento.
Y Dios le preguntó:
-¿Qué te falta?
El paisano contestó, filosofando:
-Todo pasa, Tata Dios, menos el dolor… Mi mujer se puede ir con otro; habrá momentos en que no tendré ganas de cantar; cuando sea viejo no montaré el pingo, el hijo hará rancho aparte, se puede alzar el perro, caerse la casa… Y a mí no me restaría un compañero.
Un compañero para contarle despacito las penas, las tristezas de la vida; que me haga sentir su caliente mano de varón, y que sea serio, callado y fiel.
Entonces, Dios le regaló el mate amargo.
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