Entrada de corralón.
Catedral del cine mudo,
como un timbre tartamudo
pregonando la función.
En el frente un cartelón
anunciando en episodios:
Pronto “La casa del Odio”
(cinta llena de emoción).
A la derecha un letrero
cantaba: Boletería.
Tras la reja se veía
la mitad del boletero.
Cortinao de terciopelo
donde el arte de “colar”
era poderse esquivar
el zurdazo del portero.
Platea de raya al medio
contra el suelo atornillada;
una alfombra colorada
a la par iba corriendo
y allá en un rincón, durmiendo,
una manguera aburrida
tras un vidrio que decía
romperlo en caso de incendio.
La pianista se mandaba
“El sueño de Amor” de Liszt.
¡Alzando hasta la nariz
las manos, se entusiasmaba!
De vez en cuando espiaba
si estaba cerca del final,
con aquel beso fatal
que las viejas no miraban.
Cine de barrio fulero
que el progreso se llevó:
¡Oh, cuántos igual que yo
gambetearon al portero!
¿Quién olvidó el parejero
en que corría Tom Mix?
¿Y el grito: “menta y anís”
que pegaba el confitero?
Por eso la muchachada
que entonaba pedigueña:
-¿No me da la contraseña,
que no tengo pa la entrada?
Me mandó que las “coladas”
te las pagara esta vez,
porque “Bio”, ya lo ves:
¡nos hemos quedao sin nada!
Un genio !
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