En su bufete de abogado, don Mariano Varela tenía de escribiente al apodado Plumilla, mozo tan trabajador como ocurrente y atrevido.
Cierto día el doctor, queriendo verse libre de un cliente molesto, llama a Plumilla y le dice:
-Hoy estoy ocupadísimo y no quiero ser molestado por nadie y mucho menos por el señor Solini; cuando venga, en vez de decirle que estoy ocupado y que no puedo recibirlo, porque entonces insistiría en verme, le dice usted que ha salido y que hoy no volveré.
-Está bien, doctor.
Al poco rato el abogado vuelve a la antesala y ve que el escribiente, en lugar de trabajar, se está cómodamente repatingado en un sillón fumando.
-¡Cómo, Plumilla! le dice-, ¿es éste el modo de trabajar que tiene usted? ¿Tan luego hoy, con tanta copia?
-Es que si viene el doctor Solini y me encuentra escribiendo, se dará cuenta en seguida de que usted está en el estudio, y querrá entrar a verlo.
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