Observaba un astrónomo un lucero
con estudiado ahínco,
y le pidió limosna un pordiosero
una vez y otra vez, tres, cuatro y cinco,
y él, mientras, agarrado al anteojo,
firme haciéndole al astro puntería,
ni vio no oyó siquiera al que pedía.
Nada manco el mendigo, sí era cojo,
al gabán del astrónomo la mano
con un tirón echó que lo sintiera,
y díjole: -“Señor, si sois cristiano,
soltad esos trebejos
y generoso abrid la faltriquera.
Vuele por un momento como quiera
de tanta luz el brillador enjambre;
si hay miseria allí, las pasan lejos;
cerca de vos hay hambre”.
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