sábado, 22 de junio de 2013

Olvido Por Diana Luz Bravi.- Rosario.

El olvido llega lentamente. Uno se cree abandonado, pero llega. El olvido llega como llegan las tardes cuando empieza a llover. La lluvia llega y el alma se expande, cuanto más se expande el alma el olvido encuentra más espacio vacío y se prodiga.  Espaciosa se hace el alma, mojada y fría, pero espaciosa. Como la lluvia,  empieza con un golpeteo que es música de tanto golpear y uno se sacude y se le eriza la piel. Y llega el sabor dulce del agua que se abre paso. El golpeteo es música escondida en el hueco de las caracolas que adornan livianas las bibliotecas. La música eriza la piel y uno desearía detenerla para detener el tiempo del olvido y gozar. Pero sigue impasible, unas veces lenta, otras  empujada por un viento del sur, pero impasible. Y el agua se abre paso, como las lágrimas cuando resbalan.  Uno siente que lento se derrama el olvido, pero implacable.  Ancho el tiempo del olvido, real tiempo cierto. Uno mira los charcos sudorosos, las arboledas escanciadas, saciadas, y se le eriza la piel y se siente cada vez más cerca del olvido. Y el olvido llega, hace un cauce profundo en el centro del alma. Lo hace de a poco, tan lento que  hasta las palabras sobran y sorprenden.  Las palabras se hacen líquidas de lluvia y de olvido. El cauce va vestido de olvido, y cuando llega al alma  le regala el vestido. Es lluvia el vestido que viste el cauce rumboso. Y allí lo deja y sigue desnudo, va en busca de otra alma. Y a uno se le eriza la piel. Tiempo lluvia. El cauce ya está hecho y se siente otra vez cantar, se siente otra vez  la niñez  en el alma jugar en los charcos, caminar bajo la lluvia.
Inútil tratar del volver, es el manso regazo, es un ramo de veintidós calas desnudas sólo para uno, es la tersura del interior de un  cuenco, la suavidad del pétalo.
Y si miramos abajo vemos transcurrir un río muy quedo. Bajo los pies pasan peces de colores repartidos, algas brillantes, anémonas inquietas. Y ya no es posible regresar.


Ahora que tengo que olvidarte

Me acuclillo en las  raíces secas 
del ombú de la placita.
Las ramas  suben,  protestan, 
                                   y yo  ahora,
cuando el olvido llega
no quiero seguirlas a lo alto
amanezco hacia abajo, hacia mi suelo.
Ahora yo debo
                                    olvidarte
Olvidarte del sur de las mañanas 
Del latir del locutorio frío, 
                          del pulso húmedo
de mi sudor  atado a tu destino. 
Ojala llueva tanto
en las raíces… 
y  el olvido fiel  encauce 
                            al borde de mi cama.
Ahora que tengo que olvidarte
                                      Ahora.

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