miércoles, 3 de julio de 2013

La generación del 40

Muy poco leída, menos aún estudiada y peor comprendida, la generación de poetas y escritores del 40 (que va desde 1935 hasta 1950 aproximadamente), es, para nosotros, casi desconocida. Podríamos designarla como una  “Generación perdida” entre la del 22 y sus “ismos” y la actual (que sin duda es caótica, mercantilista, mediocre y francamente contradictoria). Sin embargo, la generación del 40 estuvo presente en eventos tan importantes de la historia como la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Civil española, el bipolarismo URSS  EE.UU., Corea, Vietnam, y hasta el Mayo del 68 francés.
No la conocemos como generación, sino más bien como nombres aislados dentro de una muy difícil amalgama literaria. No tuvieron grupos como los de “Martín Fierro”, “Boedo”, “Sur” aunque existieron efímeros intentos de unidad bajo publicaciones como “La carpa”, “Liluli”, “Canto”, “Huella”, “Verde memoria”, las ediciones de “Fontefrida”, “Los ángeles Gulab” y “Aldabahor”. Muy pocos de ellos editaron libros y algunos comenzaron con poesía y luego se volcaron a otras forma de expresión (por ejemplo, Yupanqui) La mayoría fueron “navegantes solitarios”, fieles reflejos de su época. Fueron clasificados mayormente como “Vanguardistas”, “Telúricos” y “Neorrománticos”. Nunca se desconectaron de la realidad de su época, y al decir de León Benarós “Nosotros somos graves, porque nacimos a la literatura bajo el signo de un mundo en que nadie podía reír. De ahí, pues, que casi toda nuestra poesía es elegíaca” (“El 40”- Nº 1, 1951)
Muchos negaron que se tratara de una “Generación propiamente dicha”, tanto desde dentro como desde fuera, estuvieron sistemáticamente negados y afirmados como tal. Muchos de ellos aceptaron el término “Generación del 40” mientras otros, simplemente les parecía una “generosidad excesiva” hablar de ella. 
A pesar de todo, se preocuparon por el hombre y su semejante. Por el semejante destino  de los seres humanos en una época particularmente dramática; por la sociedad y el reflejo de la realidad argentina y americana y la situación campesina.
Para un mayor estudio de la misma, y como un material valiosísimo de consulta, recomendamos el libro “La generación poética del 40 “ Tomos 1 y 2 de Luis Soler Cañas.


La lluvia y el niño 

La lluvia silenciosa llegó hasta los manteles
que cubrían la mesa, se miró en el espejo,
lo vio triste y sombrío, recogió unos claveles
y las puso en su frente pensativa de viejo.

Juvenil y traviesa sacudió los papeles
que guardaba el armario de arrugado entrecejo,
revolvió los cajones, y al ver los carreteles
soltó una carcajada de pájaro perplejo.

Después besó los rizos del niño que dormía
en un rincón sin flores. De sus ojos caía
la luz como una mano muy suave y maternal.

Y mientras junto al niño se acurrucaba el sueño,
la lluvia fue zurciendo su pantalón pequeño
con una aguja alegre y un cándido dedal.


Arturo Horacio Ghida



Voces (fragmento)

Se vive con la esperanza de ser un recuerdo.
A veces necesito la luz de un fósforo para alumbrar las estrellas
Un millón de estrellas son dos ojos que las miran.
Algunas cosas se hacen tan nuestras que las olvidamos.
Hace mi soledad, no lo que me falta, sino lo que no existe.
El hombre, solo, es mucho para el hombre solo.
Cuando se apagaron sus ojos, yo también vi una sombra.
Un amigo, una flor, una estrella no son nada si no pones en ellos un amigo, una flor, una estrella.
No te pongas delante de tus ojos. deja ver a tus ojos.
Háblame de otras almas, no de tu alma, y así me hablarás de tu alma.
No subas a los cielos por tan poco, que es muy triste bajar de los cielos por tan poco.

 Antonio Porchia 
(de “Voces”, 1943, 1948)


Distancia

¿A que le llaman distancia?
Eso me habrán de explicar.
Sólo están lejos las cosas
que no sabemos mirar.

Los caminos son caminos
en la tierra y nada más.
Las leguas desaparecen
si el alma empieza a aletear…

¡Hondo sentir, rumbo fijo,
corazón y claridad!
Si el mundo está dentro de uno,
afuera, ¿por qué mirar?

¡Que cosas tiene la vida
misteriosas por demás!
Uno está donde uno quiere
muchas veces sin pensar…

Si los caminos son leguas
en la tierra y nada más
¿A que le llaman distancia?
Eso me habrán de explicar.

 Atahualpa Yupanqui 
(de “Piedra sola”, 1940)


Calle

 (Para Evaristo Carriego, el cantor del arrabal)

Voy buscando una calle que se duerma temprano,
donde el otoño quede solo desde el ocaso
y la luna y los ebrios de sinuoso paso
se delaten con agrio ladrido suburbano.

Una calle apartada que florezca en el verano
de esquinas con muchachas y entorne con su abrazo
la resuelta pareja por quien el mate guaso
del chisme comadreado ruede de mano en mano.

Calle que tenga ranchos con patios como estancia,
con dejados jardines de terrosa fragancia,
comadres, una tísica y, si es posible, un ciego.

Una calle que nunca salga de arrabal,
que comience cortada y acabe en un yuyal:
para ponerle el nombre de Evaristo Carriego.

 Amaro Villanueva 
(de “Son sonetos”, 1952)

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