Sencillo poncho de los pobres,
luz de vida recién estrenada,
quita de mis ojos tan enfermos
la fiebre de las noches agitadas.
Pon el don de vivir un día nuevo
y el sentir cuando dulcemente pasas.
Humilde doctor nuestro, fiel amigo
que entras alisándome las sábanas,
ven, y acaríciame en mi lecho
como mi padre lo hacía, ayer, en casa
trayéndome las voces familiares
de los tranquilos días de la infancia.
Sencillo sol que rezas con mis manos
en esta quieta y blanca madrugada,
trayéndome la sangre y la esperanza:
Bendice los remedios y la grata
alegría que trae tu visita
en esta sala silenciosa y blanca.
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