Los señores feudales
tras arreglar sus dotes
y caudales,
administrar justicia con azotes
y otros males,
entre alianza y alianza
salían por sus campos de labranza
a cazar animales.
El halcón en la mano
y entre piernas el trote
de un hermano,
con la flecha extendían el azote
soberano
a la liebre del ágil desatino,
al dulce gamo, al zorro tan ladino,
casi humano.
Pero es cierto que ruedan
los siglos, y aún así costumbres quedan
que por sanas
conservan condición de soberanas.
Y nos dice la historia
que el progreso ha soltado de la noria
al caballo
y ha erguido al siervo a su sitial de gloria,
como un tallo
que en orgulloso anhelo
puede tocar si puede- todo el cielo.
Yo me callo
pues no hallo
ni verdad, ni mentira, ni recelo.
Pero un poco de zorro y de ladino
pienso a veces con ágil desatino
si hoy en día
los señores feudales
a quienes no se nombra como tales,
a porfía
no salen de furiosa cacería
por sus lares
montados en sus pares,
los idiotas
calzadores de botas,
para segar las rápidas orejas
o entre rejas
acomodar cabezas y almas rotas.
Y si no es que al final de todo el cuento
con ánimo jovial y noble intento,
ciertos hombres
han cambiado los nombres
de las cosas
y en palabras hermosas
la servidumbre y el dolor pasado
han disfrazado,
y en lugar de animales,
su deporte practican con iguales.
-Esta idea se asoma en la maleza...
-¡Buena pieza!
Un flechazo
para el hombre que busca atar un lazo
que desate del yugo
a su hermano en las garras del verdugo.
Costumbres son costumbres: no me quejo.
No me disgustaría morir viejo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario