l hombre tomó el portaplumas y extendió su brazo hacia el tintero. Con un suave movimiento cargó de tinta la pluma. La acercó a su cara y bajando un poco los lentes observó. Aceptó satisfecho, comenzando a trazar algunas líneas paralelas. Volvió a mojar la pluma en la tinta y siguió dibujando. Repitió esta operación una docena de veces.
Cuando estimó que había concluido, observó el dibujo con detenimiento (buscando más un error involuntario que felicitándose). Estaba bien. No era una obra de arte..., pero estaba bien. Una pistola 9 mm “Ballester-Molina”. Bastante bien. ¡Sí!
Apuntó hacia su cabeza y gatilló.
Costó bastante sacar las manchas que salpicaron la pared. Los trozos de carne y partículas de hueso salieron fácil, pero las de tinta resistieron más. Era tinta indeleble.
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