miércoles, 3 de julio de 2013

POEMAS - Friedrich Hölderlin

Uno de los más grandes poetas líricos alemanes, cuya obra tiende un puente entre las escuelas clásica y romántica. Su poesía, olvidada muchos años, fue redescubierta al principio del siglo XX. Nació en Lauffen-am-Neckar. El poeta alemán Friedrich von Schiller publicó algunos de los primeros versos de Hölderlin en sus periódicos y obtuvo también para él diversos puestos de tutor. Después de un incidente amoroso con la mujer de su mecenas, pasó dos años en Hamburgo donde empezó a desarrollar su característico estilo poético. Hölderlin sufrió en 1802 el primero de los episodios de la enfermedad mental que iba a afligirle hasta su muerte. En 1807, tras algún tiempo en una institución de Tubinga, fue puesto a cargo de un maestro carpintero local llamado Zimmer. La poesía de Hölderlin se caracteriza por una intensa subjetividad, pero al mismo tiempo sus cualidades expresivas se ven atemperadas por la contención y el equilibrio del clasicismo griego. No usaba rima, en su lugar escribía con una forma poética flexible conocida más tarde como verso libre. Es famoso sobre todo por sus poesías líricas, entre las que se encuentran La esperanza y El aeda ciego, y por alguna obras más amplias como la novela Hyperion ( 1797-1799), la historia de un luchador por la libertad griega, y la tragedia inacabada Empédocles (1798-1799). Su obra influyó poderosamente en la generación del 27 sobre todo en Luis Cernuda.



El joven a sus juiciosos consejeros

¿Pretendéis que me apacigüe? ¿Que domine
este amor ardiente y gozoso, este impulso
hacia la verdad suprema? ¿Que cante
mi canto del cisne al borde del sepulcro
donde os complacéis en encerrarnos vivos?
¡Perdonadme!, mas no obstante el poderoso impulso que lo arrastra
el oleaje surgente de la vida
hierve impaciente en su angosto lecho
hasta el día en que descansa en su mar natal.

La viña desdeña los frescos valles,
los afortunados jardines de la Hesperia
sólo dan frutos de oro bajo el ardor del relámpago
que penetra como flecha el corazón de la tierra.
¿Por qué moderar el fuego de mi alma
que se abrasa bajo el yugo de esta edad de bronce?
¿Por qué, débiles corazones, querer sacarme
mi elemento de fuego, a mí que sólo puedo vivir en el combate?

La vida no está dedicada a la muerte,
ni al letargo el dios que nos inflama.
El sublime genio que nos llega del Éter
no nació para el yugo.
Baja hacia nosotros, se sumerge, se baña
en el torrente del siglo; y dichosa, la náyade
arrastra por un momento al nadador,
que muy pronto se sumerge, su cabeza ceñida de luces.

¡Renunciad al placer de rebajar lo grande!
¡No habléis de vuestra felicidad!
¡No plantéis el cedro en vuestros potes de arcilla!
¡No toméis al Espíritu por vuestro siervo!
¡No intentéis detener los corceles del sol
y dejad que las estrellas prosigan su trayecto!
¡Y a mí, no me aconsejéis que me someta,
no pretendáis que sirva a los esclavos!

Y si no podéis soportar la hermosura,
hacedle una guerra abierta, eficaz.
Antaño se clavaba en la cruz al inspirado,
hoy lo asesinan con juiciosos e insinuantes consejos.
¡Cuántos habéis logrado someter
al imperio de la necesidad! ¡Cuántas veces
retuvisteis al arriesgado juerguista en la playa
cuando iba a embarcarse lleno de esperanza
para las iluminadas orillas del Oriente!

Es inútil: esta época estéril no me retendrá.
Mi siglo es para mí un azote.
Yo aspiro a los campos verdes de la vida
y al cielo del entusiasmo.
Enterrad, oh muertos, a vuestros muertos,
celebrad la labor del hombre, e insultadme.
Pero en mí madura, tal como mi corazón lo quiere,

La bella, la vida Naturaleza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario