Los hombres más ilustres de Esparta encargaron al gran orador Licurgo que pronunciara un discurso sobre las ventajas de la educación, para ver si con su elocuencia, que era mucha, lograba decidir a los padres a enseñar a los hijos de acuerdo con los preceptos de la moral.
- Vuestra idea es plausible- dijo Licurgo- y me comprometo a complaceros; pero necesito un año de plazo.
Con tal respuesta la gente quedó sorprendida y se preguntaba:- ¿Para qué habrá pedido Licurgo tan largo plazo?- En verdad que no puede explicárselo nadie. ¿No le bastan unos momentos para improvisar arengas que conmueven a la multitud?
Llego la fecha convenida y el pueblo se reunió y esperaba ansioso a Licurgo, qué se presento en la plaza publica llevando consigo dos perros y dos liebres.
Licurgo empezó por soltar una liebre y en seguida un perro, que se lanzó tras ella hasta darle caza y dejarla muerta. Luego empezó a devorarla.
A continuación, Licurgo dio libertad a la otra liebre y al segundo perro. El proceder de éste fue muy distinto al del primero. Cuando dio alcance a la liebre, la detuvo, empezó a acariciarla y ambos se pusieron a juzgar como si fueran los mejores amigos.
Entonces Licurgo se dirigió al pueblo y le habló así:
- Por lo que acabáis de ver, podéis juzgar hasta dónde llegan los efectos de la educación. He pasado un año educando a este perro y enseñándole aunque no haga daño a las liebres. En cuanto al otro, no ha sido educado. Por eso sólo obedece a los instintos bestiales. Como éste será el hombre que no reciba educación; forzosamente se dejará arrastrar por sus instintos y pasiones. En cambio, el educado se complacerá en ir por todas partes sembrando el bien e iluminando a los demás con su saber.
El pueblo tributó a Licurgo una entusiasta ovación y lo llevó en triunfo sobre los hombros. Y desde aquel día dieron todos la importancia merecida a la educación de los hijos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario