Era Respetable Ciudadano porque había cumplido con todas las normas que convierten a la gente común en ciudadanos respetables.
No se ufanaba demasiado de ello, pero la circunstancia le daba una cierta seguridad, o mejor dicho comodidad, que le permitía transitar por este mundo con algo de condescendencia hacia quienes no revestían su categoría.
Tuvo que pasar el desafortunado incidente aquel día, para que se diera cuenta de la fragilidad de su condición.
El primer indicio lo tuvo cuando trató de subir al auto de la empresa, y se dio cuenta de que no podía demostrar que estaba autorizado para manejarlo, que no poseía la cédula de identificación (o”tarjeta verde”) del automotor y ni siquiera su licencia de conducir.
Un ciudadano respetable como él no podía manejar un auto sin estas constancias de lo que era, por lo tanto, decidió llamar un taxi. Entonces comprobó que no podía usar su celular porque no tenía créditos, la voz de la contestadora le pedía ingresar su número de tarjeta para hacer el cargo y no lo recordaba. No podía llamar desde el locutorio de enfrente porque no tenía efectivo. A mitad de cuadra veía un cajero automático con la identificación de la red bancaria a la que estaba asociado, pero no podía ingresar al mismo, mucho menos obtener efectivo de sus importantes cuentas.
Se sintió realmente preocupado, y empezó a percibir un malestar físico en aumento. Pensó en acudir al centro de salud más cercano, pero no tenía con qué demostrar su pertenencia a la Aseguradora de Riesgo de Trabajo (“ART”), ni a la Obra Social.
Su convicción de ciudadano respetable que cumple con las reglas, no le permitía desarrollar esas acciones aparentemente simples sin tener elementos con que respaldarlas. Parecía el fin de todas las cosas.
Recordó vagamente cuánto más necesitaba hacer constar, certificar y demostrar durante el día y se alarmó mucho por no poder hacerlo.
Tomó la decisión de hacer la denuncia en la comisaría más cercana, dónde le pidieron el documento de identidad que no tenía y firmó una exposición que decía “quién dice llamarse Respetable Ciudadano, hecho que a esta autoridad no le consta, manifiesta que ha sufrido el robo de un portafolios con documentación varia entre las cuales se encuentran su cédula de identidad de la policía federal, tarjetas de crédito, documentación del automotor...”
Fue entonces, mientras caminaba las muchas cuadras que lo llevaron a su casa, cuando descubrió la fragilidad de su condición de ciudadano respetable, sujeta a ser demostrada por todas esas tarjetas plastificadas que guardaba celosamente en el portafolios que le habían robado.
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