Para Jorge Dágata
Pasó casi sin querer,
y cuando nos dimos cuenta
hubo una guerra y sesenta millones de personas
que no estaban a la hora del recuento.
Cuando nos dimos cuenta Aschwitz había pasado
y nosotros filosofábamos sobre arte y ciencia,
desnudando caracoles, observando mariposas
y hablando de monstruos que nunca
fueron más allá de nuestras mesas.
Cuando nos dimos cuenta
hubo una ideología y un pan menos en cada mesa,
y un auto nuevo, un Rembrandt o viajes al Caribe
para despertar la sana envidia de los elegidos.
Sin querer, sin darnos cuenta.
También hubo un Vietnam en cada esquina,
una revolución trunca y otra alzada
sobre más fusilamientos,
mientras Dadá y Artaud reían porque éramos
tan etéreos!
Buscábamos silogismos con Neustadt y Borges
para reírnos de los cabecitas negras,
mientras la luna se partía en más de treinta mil pedazos
sin distinguir bandos ni ideas.
¡Que locos tiempos! dijimos-
cuando nos dimos cuenta.
Por aquel entonces arrojábamos metáforas al suelo
y cuando por fin creíamos saber lo que pasaba,
- y no era ya ni subversión ni ejército,-
la gente fue perdiendo su trabajo
como en aquellos, viejos tiempos,
cuando en cada mesa el hambre extendía
el árido mantel del trigal ajeno.
Pasó sin querer, y no nos dimos cuenta
que la cárcel seguía cosechando por decreto.
Todo pasó sin querer… pero si ahora
pudiera estar seguro que cuando escribo esto
otras manos hay, que con las mías,
para que el mundo sea más justo, van surgiendo,
entonces tendría sentido mi escritura
y las que fueron y serán al mismo tiempo!
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