martes, 25 de junio de 2013

BOSQUEJOS - Jorge A. Dágata.

Un viejo equilibrista con el pie en la maroma
a un paso de la gloria y a medio de la muerte.
Un esclavo de aquellos que en la gastada Roma
echaban por la arena a decidir su suerte
con el huevo grotesco temblando en la cuchara.
Un buzo inexplorado que se hunde y convierte
los átomos ignotos en luz profunda y clara.
Un ínfimo astronauta que se adueña del cielo
y a su hermano en la Tierra rapiña y desampara.
Un pájaro que barre las alas por el suelo.
Un animal cansado que no halla la guarida.
Un espejo mirando su propio desconsuelo.
Un soplo de tragedia. Un huracán de vida.
Un martillo extraviado que golpea al herrero.
Un sastre que no corta la tela a su medida.
Un niño que no sabe su verdadero nombre.
Un candado que encierra tras de sí al carcelero.
Así es el hombre a veces. Así es el hombre.

Una herida doliente que sangrando consuela.
Un minúsculo pan que se da y no se agota.
Una chispa de amor que de amor se desvela.
Una simple verdad que brota y brota y brota.
Un arquitecto nuevo sobre un mundo deshecho.
Un abrazo de hermanos sobre al espada rota.
Un sudor que germina por el fresco barbecho
con la dulce cosecha del verano maduro.
Una inmensa alegría que no cabe en el pecho.
Un corazón labrado en el corazón del muro.
Dos nombres y un camino. La montaña se mueve.
Mil nombres y un camino. Se inaugura el futuro.
Sobre la sed antigua de los desiertos, llueve.
En los rostros oscuros la esperanza se agita.
Desde las altas cumbres viene a regar la nieve
y en las ruinas del mundo, otro mundo palpita.
Porque un niño ha encontrado su verdadero nombre
de los astros regresa la mirada infinita.
Así es el hombre a veces. Así es el hombre.


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