martes, 25 de junio de 2013

Prólogo del 2º "Libro del escolar" de Pablo Pizzurno, Enero de 1901

A pesar de que es conocido por su vasta obra educadora, Pablo Pizzurno también escribió libros para el aula, especialmente para los grados elementales, como se llamaba en esa época a los primeros años. En esta serie de libros que datan de principio del siglo XX, el autor compuso prólogos dignos de ser leídos en este siglo XXI, donde en la mayoría de los casos, reina total confusión sobre la lectura, el hacer lectores y los proyectos de lectura.
Vayan como ejemplo, los conceptos vertidos en los prólogos de los “Libro del Escolar”, 2º y 3º Libro, años 1918 - 1919: Comienza con una cita de Anatole France: “Un libro diminuto que inspira una idea poética, que sugiere un bello sentimiento, que remueve el alma infantil, vale mucho más para la infancia y la juventud que todos los libros repletos de nociones mecánicas”

A los maestros y padres de familia

“Leer y entender es algo;
Leer y pensar es mucho;
Leer y sentir es cuanto pueda desearse.”

Todos reconocen que el libro de lectura es el único que debe darse a los niños en los primeros grados de la escuela y el más importante siempre en ésta por razones bien conocidas.
Factor principal en la instrucción del niño, debe serlo más aún de su educación, y de su educación moral en primer término, en armonía con lo que debe constituir también la acción primordial de la escuela.
No me hago ilusiones respecto a la influencia educadora de ésta, sobre todo bajo el punto de vista de la formación de hábitos morales, porque el niño llega a ella después de los seis años de edad, cuando ya el hogar ha impreso en su alma su sello bueno o malo y continuará influenciándolo sin que su acción, cuando es perjudicial, pueda ser contrarrestada de una manera decisiva por el maestro.
Pero la escuela es por lo menos un factor, si no decisivo, importante. A dar mayor poder a su influencia debe tender el esfuerzo bien inspirado del educador.
Tampoco me hago ilusiones sobre el efecto de la enseñanza moral directa dada por el maestro en forma de lecciones y con horario fijo:
-“Niños, ahora vamos a estudiar los deberes de los hijos para con los padres. Escuchad: Los hijos deben, ante todo, amor y respeto a sus padres, porque...etc. “
Enseguida se interroga a los niños y los niños dan la lección  de moral como dábamos nosotros hace 25 años la lección de gramática, definiendo la declinación y explicando los casos, con sólo repetir de memoria las palabras del texto de don Diego Herranz y Quirós. Por fortuna, muchos hemos mejorado en ese sentido; pero aún queda quien enseña en la escuela primaria con el texto de moral teórica.
Así como el desarrollo y vigor de los músculos suponen el ejercicio de éstos, es menester que el músculo moral, por decirlo así, se ejercite también para desenvolverse y vigorizarse. He aquí la razón por la cual he procurado dar lo que llamaré la nota moral, que es dominante en este libro, en forma tal que impresione al niño, hablando con ella más a su corazón que a su inteligencia; y aún en los capítulos de carácter más instructivo que educativo, he aprovechado todas las ocasiones que se me han presentado para intercalar, siquiera incidentalmente, una sugestión moral.
Calculadamente he huido de presentar el ejemplo del vicio y sus consecuencias como medio de inspirar repulsión por él, pues no creo que éste sea el más eficaz ni el más conveniente para obtenerlo, sobre todo tratándose de los niños: el espectáculo frecuente del mal familiariza con él y hace que se le encuentre natural. Por eso he preferido poner casi siempre a la vista del niño el cuadro de la belleza y excepcionalmente el de la fealdad moral. Así, de hecho, se habitúa a la primera y halla repugnante a la segunda. Recibe, pues, una lección directa que lo impulsa la bien y una indirecta que lo aleja del mal.
Véase por ejemplo, lo que ocurre entre nosotros con la mentira. Tan envueltos por ella estamos, por razones que no es éste el lugar de exponer, que ya las gentes llegan a encontrarla natural, y hasta aquellos que en los primeros años de su vida, por haber sido intransigentes, no hubieran podido faltar a la verdad, contra la cual toda su naturaleza moral se habría sublevado, hoy se acomodan sin mayores resistencias a las “circunstancias” y entran también por las prácticas “modernas” que ha hecho desaparecer el “santo horror a la mentira”, santo horror que por sí solo bastaría para fundar la moralidad completa y la felicidad de los pueblos.
Y ya que a la mentira me refiero, cúmpleme declarar que como se verá leyendo todo el libro, he vuelto sobre ella a cada rato, pues nada debe merecer más la atención del educador, padre o maestro, que ese vicio casi nacional, el cual se manifiesta en todas las formas, ostensibles o disimuladas.
Combatirlo por todos los medios, con energía y constancia, será obra de verdadero patriotismo.
En estas tres palabras: combatir la mentira, puede encerrarse hoy, el mejor programa para el educacionista argentino...
En cuanto a mis colegas los maestros, han de ayudarme, lo pido y espero, en ese sentido, incitando a los niños a que lean en sus casas en alta voz y que interesen a los padres o a los hermanos mayores en sus lecturas.
He atendido a los otros fines especiales de un texto de lectura, cuidando de que el lenguaje sea sencillo y natural, de manera que el niño tenga hasta en eso una lección de verdad, como la tiene en las escenas referidas, las cuales reproducen hechos nunca inverosímiles, ni mucho menos absurdos.
No he indicado ejercicios gramaticales, convencido de que al afán de dar prematuramente nociones de gramática, reglas ortográficas, etc., se debe en gran parte el hecho de que no se ame la lectura y se lea tan mal como se lee.
Pero no quiero concluir sin aconsejar a mis colegas, los maestros, que hagan lo posible por dignificar la enseñanza de la lectura corriente, procurando realizar con ella los tres propósitos apuntados a la cabecera de este prólogo: que, al leer, el niño entienda, piense y sienta, si es posible.
¿Necesito recomendar la lectura al aire libre y algunos (pocos) minutos diarios de ejercicios de lectura en coro, para que “saquen” la voz los niños tímidos?
¿Necesito insistir en la conveniencia de hacer que los niños lean siquiera una vez en silencio cada capítulo antes de leerlo en voz alta?
Si así se hace, no tardará en llegar el día en que las gentes sepan leer y amen la lectura, lo que traerá consigo no pocos bienes.



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