Vengo a pediros compasión para un pobre señor, que considero el más abrumado de trabajos y encargos que existe bajo el sol. ¿Sabéis de quién se trata?...¿No?... Bueno; ¡pues os hablo del Señor Otro!... ¿No recordáis el nombre?... ¡Parece raro!... ¡No vayáis a decirme que ninguno lo ocupa, porque no lo podría creer!... Sí, al Señor Otro se le da trabajo constantemente. Todo el mundo parece tenerlo de sirviente y ¡sirviente para todo servicio!
El Señor Otro sabe hacer de todo, según parece. No hay oficio que le sea desconocido. No hay deber que él no sepa desempeñar. No hay cosa difícil que no se le confíe. Sí, sí, tal como lo digo.
Si a un niño le dan un deber que le parece difícil, trabaja un poco con él, luego empieza a mirar alguna mosca que anda volando. Después le entran ganas de bostezar, hace unos cuantos esfuercitos más y cando no ve buen resultado, abandonando su tarea dice: “¡Oh! ¡Yo no puedo hacerlo! ¡Que lo haga Otro! Y ya tenemos al Señor Otro cargando con el deber de un holgazán y resolviendo problemas de aritmética.
Un niño que trabaja en un taller cerca de casa, más amigo del sebo que del trabajo, fue sorprendido por su patrón días pasados y oí que respondía. “¿Y qué?... ¿quiere usted que me mate trabajando?... ¡Eso sí que no! ¡Que se mate Otro si quiere!” ¡Muy bonito! ¡Pobre Señor Otro!
Yo sé de un muchachito que cuando su mamá le manda a lavar los platos, o barrer una pieza, o cargar un momento al hermanito, siempre dice de mal modo: “¿Y por qué no lo hace Otro?”... Pero, digo yo: ¿Qué tiene que ver el Señor Otro con los platos en que este chico come, con que esté limpia o sucia la pieza en que duerme o con que llore el hermanito? Y sin embargo este haragán quiere cargarlo con sus tareas.
¡Esto es el colmo!... ¡Todo lo incómodo, todo lo malo para el Señor Otro!... Bueno, pues mi pedido no puede ser más razonable... Pido tan sólo un poco de compasión para el Señor Otro... que no le encarguemos a él nada de lo que por obligación debemos hacer nosotros, y así contribuiremos a su felicidad y también a la nuestra, porque... ¡quién sabe si Señor Otro puede cumplir con tantos encargos que sin consultar le confiamos!
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