tan cerca el alma de nuestra alma niña:
tú, sin ser como el sabio que escudriña
con su ciencia el espíritu, pudiste
Comprendernos mejor:
tú nos mirabas al través del prisma
de tu inocente amor;
a la palmeta de la disciplina
que convierte la clase en una jaula
de pajaritos mudos, tu divina
bondad se impuso, haciendo nuestra aula
un amable lugar
con perfume de hogar.
Aun estando de nervios
y cansada de nuestras travesuras,
desoíste la voz de los proverbios
que aconsejan sermones y torturas.
Con clemencia domaste el brioso porto
de nuestras rebeldías cotidianas;
eras como esas cándidas hermanas
que castigan acariciando. ¿Qué otro
pudo ser tu destino, si eras como una flor
de amor,
que perfumabas la agresiva mano
que te hacía sufrir?
¿Si eras la previsión que bien temprano
alisaba el camino para el lejano
porvenir?
¿Si eras dueña de la sabiduría,
del cariño, que da mejores claves
que los principios graves
de la pedagogía?
¡Oh buena, oh, santa!
Muchos pellizcos merecí por tanta
diablura con que a veces te ofendí.
y sin embargo no me diste uno,
y todavía fui,
como ninguno
preferido por ti.
¡Oh buena, oh, santa!
Hoy que la vida muestra su mal genio
y hasta pone ingenio
en castigarnos, yo comprendo cuánta
fue tu bondad, y qué hondo tu cariño.
Hoy que tu nombre canta
Dentro del corazón,
¡cómo quisiera ser otra vez niño
y pedirte en un beso tu perdón!
Extraída del libro “Canciones a la Maestrita y otras Evocaciones de la Escuela”
de Ismael Moya, año 1927
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