martes, 25 de junio de 2013

CONTATE UN CUENTO II - Ganador categoría A - Mailén Bovio

La llave

Alumna de 1º 3ª de ESB Nº 7

Esa noche, como todas las noches, antes de dormir, Matías besó a sus padres que miraban televisión y se dirigió a su habitación.
Leyó un cuento de animales y se quedó dormido.
Luego de un rato el pequeño despertó. El silencio lo aturdía y le traía malos sueños. Deambuló por la casa y descubrió que estaba solo.
Sobre la mesa de la cocina, vio casi en penumbras un objeto que brillaba. Se acercó intrigado. Era una llave tan hermosa que parecía mágica. Se preguntó a quién pertenecería. Era demasiado larga y fina, de un acabado magnífico. Tenía una inscripción grabada: MC. Pensó que era de su tía María Cristina.
La tomó y se puso a jugar con ella mientras esperaba a sus padres. Le resultó extraño que funcionara en todas las puertas de la casa.
Subió al primer piso y luego al altillo. Colocó la llave cuidadosamente en la cerradura, pero esta vez sonó un chirrido como hierro oxidado.
Lentamente la hizo girar; una, dos, tres veces.
Se alejó unos centímetros con su cuerpo y observó que una luz potente se escapaba por la hendija.
Pensó que sus padres estaban allí y rápidamente escondió la llave en el bolsillo de la bata, luego abrió con fuerza la puerta.
No había nadie allí, pero notó que las paredes se acercaban hasta juntarse en un angosto pasillo con una puerta al final. Nada detrás suyo, solo un sentimiento que lo impulsaba a caminar hacia adelante. El estrecho corredor era interminable. Corrió aterrado atravesando puertas que se abrían y volvían a cerrarse.
Sin embargo, algo lo hizo detener: sus pies, sus manos, su estatura habían aumentado tanto de tamaño que parecía su padre.
Desesperado comprendió que cada portal lo llevaba adelante en el tiempo, como si hubieran transcurrido años en segundos.
No podía permitir que su vida futura pasara a tal velocidad.
Miró a lo lejos y observó que las aberturas estaban iluminadas. Se aventuró hacia la próxima y cuando llegó se lanzó con todas sus fuerzas hacia uno de los lados de donde provenía la luz.
Rodó por un suelo blando y verde. Se incorporó  y observó que una amplia llanura se extendía a su alrededor.
Anduvo largo rato hasta que al llegar el ocaso distinguió en la lejanía un caserío que el sol enrojecía al ocultarse.
Se dirigió hacia allí, sin miedo, solo e intrigado.
Su nueva postura y actitud lo hacían sentir seguro de sí mismo.
Pronto estuvo en  una aldea de estrechas e intrincadas callejuelas.
Mucha gente de largas túnicas caminaba apurada y con la cabeza gacha. Nadie se detenía a responder sus preguntas.
¿Dónde estaba? ¿Qué lugar era ese? ¿Por qué todos parecían tener tanto miedo?
Las tinieblas lo envolvieron y avanzó sin rumbo hasta el final de un sendero. Había una casucha, desde la vereda se veía una vela encendida. Una anciana de largo cabello blanco estaba en su interior, al verlo parado en la ventana le hizo señas para que entrara. Lo estaba esperando, eso era obvio.
Lo invitó a sentarse y le contó que hacía un tiempo que estaba allí y si alguien no venía por ella pronto, moriría sin remedio.
Con un dedo tembloroso señaló una repisa maltrecha.
El joven tomó el rollo de un antiguo manuscrito. Hablaba de una profecía y de una llave mágica.
La vieja Ana le explicó que debían encontrar el portal que se hacía visible solamente durante los equinoccios a media noche. Después, el encantamiento volvería a ocultarlo. El próximo sería el 21 de marzo, es decir, al día siguiente.
Durmió sobresaltado, era una oportunidad que no podía perder.
Aguardó ansioso toda la mañana y al atardecer  llevó a la mujer trabajosamente a la llanura. Ella lo guió hasta un círculo de dólmenes.
Según el manuscrito debían esperar que la luna iluminara la piedra correcta. Ya era muy tarde y el frío se hacía sentir.
El astro estaba oculto entre las nubes y las sombras invadieron el páramo. La hora se aproximaba y la anciana expectante se abrazaba al joven. Le explicó que los druidas, antiguos sacerdotes celtas, la habían raptado cuando era una niña, hacía pocos meses; vaya contradicción.
Ella descendía de una familia real que en el año 1100, la fecha de la llave, se había apropiado de parte de Irlanda.
Esa noche ella debía ser sacrificada para que aquella historia cambiara e Irlanda no fuera vencida.
Si ellos triunfaban toda la humanidad sufriría una paradoja; millones morirían antes de haber nacido.
El muchacho sacó la llave de su bolsillo y miró la inscripción. Los maestros ascendidos  se la habían dejado. Él, era un elegido.
De pronto, la luna salió de su escondite y alumbró una piedra. Despacio introdujo el instrumento metálico en el reflejo de la cerradura e inmediatamente un oculto mecanismo se activó dejando al descubierto el portal en forma de una espiral azul.
Varios druidas aparecieron de la nada y los enfrentaron.
El muchacho cubrió con su cuerpo a la pobre dama. Lo golpearon hasta derribarlo, mientras el más viejo se apoderaba de ella.
Recuperó sus fuerzas y como un tigre saltó sobre ellos.
-¡No me iré sin ti!- gritó la mujer. Pero el no hizo caso a sus ruegos. Invocó a Dios y con un poder superior y desconocido luchó hasta alejarlos lo suficiente para empujar a la prisionera al portal. No le importaba su vida, había decidido que el mundo sobreviviría aunque tuviera que quedarse para siempre en ese remoto lugar. Ya era tarde para esos ancianos supersticiosos; la puerta se había cerrado.
Un viento helado comenzó a soplar de pronto. Atónito fue testigo de cómo siniestras sombras negras los envolvían y  los hacían envejecer hasta convertirlos en cenizas.
Todo ha terminado- pensó.

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