El rey come,
Solo,
con su vestido de nardos
sobre una antigua mesa de roble
y con la música que viene del patio.
Solo,
devora
lo que sus siervos le han preparado
con ávidos ojos y dientes gastados.
Afuera
alguien también está masticando
la escasa comida, un mendrugo, un amplio
y solemne ayuno de vanas excusas
que llenan la nada de un vientre vacío
menos de un rato.
El rey ha comido y ahora
firma un tratado
de guerra y de paz; de comercio y saqueo;
o una ley injusta, quizás indultando
por cualquier delito.
Otros leen
un poema, una carta, un libro o un diario,
un discurso de guerra, un escrito piadoso,
por deber o por gusto, o quizás desafiando
un decreto arbitrario.
Se llena el crepúsculo de extrañas figuras
en el aire, en el viento, en la tierra; cerrando
ese mundo invisible que está cerca y no vemos.
El rey se ha dormido o se ha muerto.
De a ratos
se escucha la música de un patio lejano
que confunde en un sueño, soñador y soñado,
cuando en seco polvo, la tierra convierta,
toda gloria y poder en vacío y espanto.
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