Muchos se han propuesto combatir la pobreza o eliminar, de algún modo, a los que la detentan. Algunos creyeron encontrar métodos eficaces para lograrlo, pero los números siempre se les volvieron en contra: ellos se multiplican en la misma proporción en que se los combate, siguen poblando la mayor parte del planeta, procrean pobres si se resignan, empobrecen a otros si deciden presentar batalla, se infiltran en las fronteras de la abundancia para arrancar migajas de lo que les falta, las devoran hasta que les siguen faltando y son, en definitiva, como una mancha que se extiende más cuando se la quiere disolver.
Algún teólogo sentenció que son los más queridos por Dios, presentando como prueba que son sus criaturas más abundantes. Predilectos de esa divinidad, la complacen aumentando su número.
Para un filósofo, no son pobres los que no tienen sino los que desean tener, lo que casi no deja a nadie fuera de la categoría.
Desde la ciencia, durante un tiempo se dijo creer que ideando métodos para generar riqueza decrecería el número de pobres, pero ellos siguieron siendo fieles al principio, y aparecieron con mayor abundancia que en ninguna época anterior.
Desde la política y la sociología se apuntó a la distribución, con finalidades bien distintas por cierto. Ellos se distribuyeron con la mejor predisposición y son más, y más, sociológica y políticamente expandidos por donde se quiera mirar. Algunos sociólogos dispusieron de mayor material de estudio y se mostraron satisfechos. Más lo estuvieron los políticos y plantearon el derecho de que el número determinara el poder, aunque solamente hasta el momento en que ellos mismos lo poseyeran.
La pobreza abarca también los modos de ser. Hay pobres de espíritu, de ideas, de corazón. Los hay que se acicalan para el disimulo y los que se complacen en parecer más de lo que realmente son. También los hay que ni son ni no son, paupérrimos estos en cuanto a capacidad para definirse. Pobres existen que ni siquiera se reconocen de esa condición: tal vez los únicos que habitan, aunque sea ocasionalmente, la terra incógnita de la felicidad. Ignorantes, son pobres en conocimiento. Felices, son pobres en sufrimiento.
La pobreza no es, como algunos creen, una condición que se elige. Ni siquiera es terminante que sea una condición. Carece de definiciones precisas, no tiene un marco conceptual adecuado para clasificarla, no es un don, no es un defecto, no viene de la Naturaleza ni de Dios, ni va a ningún lado. Mal se puede elegir un ente tan pobremente definido como éste.
¿Qué es, entonces, se pregunta el pobre lector? Pues plantea un sinsentido. Es de una carencia tal que no sólo abarca las posibles respuestas, sino más aún a la propia pregunta. Tautológicamente se dice que la pobreza es la pobreza y los pobres son pobres. Antes para la teología, después para la ciencia, ahora para la política, no hay nada que hacer. O hay tanto que se requiere demasiada convicción para realizarlo. Como también en cuanto a convicciones se revela una mísera disponibilidad, el estado actual de las cosas posibilita una conclusión de perfecta coherencia con el significado de la palabra. Pobres los que no alcancen a comprenderlo.
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