Gaviotas
Aquel verano viajaron a Entre Ríos. Serían las vacaciones más largas que la familia había tomado jamás. ¡Un mes! Era grandioso.
Extrañaría mucho a sus amigas. Pero Estefanía necesitaba salir del inquieto Buenos Aires, y que mejor, unos días alejada del mundo.
Cuando llegaron allí todo iba bien. Salían a comer, tomaban helados, pescaban y se bañaban en el río.
Una mañana fueron a comprar regalos para los amigos. Caminaron por la plaza principal donde había una feria hippie.
Se mezclaron entre la gente admirando las distintas artesanías. Se probaron túnicas transparentes, joyas con piedras engarzadas en plata y alpaca, remeras coloridas. Disfrutaban con placer ese lugar concurrido armonizado por música alegre, perfume a sahumerios y gente divertida.
Les encantó contemplar los místicos llamadores de Ángeles colgados de árboles añosos junto a sombreros de diversos tamaños.
La joven se detuvo deslumbrada frente a ellos. Observó con atención que estaban pintados con pájaros de penetrantes colores.
Eligió uno y lo puso en su cabeza. Se miró en un espejo y se sintió bella, libre, con el cabello suelto y muy largo que reflejaba la luz del sol.
Lo quitó cuidadosamente y examinó con placer las gaviotas pintadas. Eran maravillosas. Las tocó suavemente con sus dedos y una sensación extraña la invadió.
Cerró los ojos y siguió viéndolas. Estaba en un cielo celeste, interminable, movida suavemente por el viento. Sus manos y sus brazos se balanceaban, se transformaban en alas. Era liviana como una pluma. Volaba alto, muy alto junto con otras gaviotas.
Su cabeza daba vueltas, no entendía absolutamente nada. Un mareo adormecedor la envolvía.
No podía parar. Era llevada por la brisa suave y tibiamente; lejos, muy lejos.Más allá de los ríos, más allá de las sierras, cada vez más cerca del océano.
Imágenes fabulosas pasaban por su mente. Todo era tan real....
Desde las nubes alcanzó a ver a sus amigas. Estaban felices, gritaban, reían, nadaban en un peligroso mar azul plateado.
De pronto, eran arrastradas por una ola muy alta. Se debatían, se hundían, regresaban a la superficie. Nadie parecía verlas.
Estefanía gritó desesperada desde las alturas, pero solamente un agudo sonido salió de su garganta.
Abrió sus alas blancas y descendió velozmente hasta que llegó a rozar con sus patas la espuma. Necesitaba salvarlas, levantarlas, arrancarlas del agua.
Su corazón latía velozmente. Ya tocaba a una de las jóvenes, hizo un esfuerzo.
Rogó, suplicó a los cielos. Moriría, si era eso necesario daría su vida a cambio.
De pronto, vio surgir de las olas dos gaviotas, tan blancas como ella, que volaban ágiles hacia el cielo.
Su madre le quitó el sombrero de la cabeza. La miró con curiosidad.
-¿Te sientes bien? estás pálida.
No pudo responder. Tenía miedo.
Días después regresó a Buenos aires y corrió a la casa de sus amigas. Festejaron saliendo a andar en bici.
Le contaron que habían ido de vacaciones a Pinamar.
Lo pasaron genial, anduvieron en cuadriciclo, cabalgaron en el bosque, tomaron helados y se bañaron como nunca.
Solo algo no había salido bien: una mañana en la playa, casi pierden la Vida. El mar las empujó hacia adentro y ya no lograron salir por sus propios medios, pero sobrevivieron milagrosamente gracias al grupo de rescate.
Estefanía se sintió muy confundida, pero no quiso recordar. Era muy difícil entender lo que había sucedido.
Solo agradeció a Dios tanta felicidad.
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