Era una desapacible
Mañana obscura de invierno;
Todo parecía viejo.
Apoyada contra un muro
Pide limosna la niña.
El frío puso esas rosas
En las pálidas mejillas.
Cerrados tiene los ojos...
¿Cuáles fueron las estrellas
que al nacer arrebataron
las pupilas a la ciega?
La niña extiende la mano
Con la palma hacia los cielos.
Y las agujas del aire
Le van pinchando los dedos.
-¡Piedad, señores, piedad
para la desventurada!
(Pasó un señor elegante
sacudiendo sus solapas)
-¡Compasión para una pobre
huerfanita, compasión!
(Pasa una pareja hablando)
-¡Una limosna señores
para quien no puede veros!
(Pasaron algunos niños
diciendo horrores del maestro)
-¡Un cobre para la ciega
que no tiene para pan!
(Pasaron varias señoras
murmurando)
Quedó desierta la calle,
Desierta como la mano
De la cieguita, desierta
Como un corazón malvado.
Y entonces, de entre las nubes
Un rayo de oro salió
Que puso en la mano abierta
Una limosna de sol...
Me recordó a "La Cerillera" de Andersen, aunque este final (o este título) es insuperable: una limosna de sol... es perfecto.
ResponderEliminarGracias por presentar al autor, no lo conocía.
Este poema es de Manuel Magallanes Moure
ResponderEliminarNo lo hemos encontrado como de su autoría. Quizás haya alguno que tenga el mismo nombre, pero el publicado pertenece a Rafael Arrieta. Si puede indicarme la fuente o el poema, se lo agradeceremos.
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