Una de esas fuentes es el libro “Toponimia indígena bonaerense”, de Eliseo A. Tello, que puede consultarse en la Biblioteca Pública de la Escuela Nº 1 “Domingo Faustino Sarmiento” de Balcarce. un ejemplar de los apenas mil que se imprimieron en Lobos, en 1946, firmado por el autor.
Tello despliega interesantes consideraciones sobre el tema de los nombres en general y cita las ponencias aprobadas por el VII Congreso Internacional de Geografía, celebrado en l904:
LOS NOMBRES INDÍGENAS
PRIMERA: Los nombres indígenas deben ser conservados, y aún debieran ser buscados cuidadosamente.
SEGUNDA: Donde no existan nombres indígenas o no puedan ser determinados con seguridad, deberán usarse, hasta más amplia información, los dados por el primer explorador.
Al referirse específicamente al caso de Tandil, menciona dos versiones araucanas.
La primera, dice: than, “cae”, “caer”, “caído”, y lil, “peña”, “peñasco”. Peña al Caer sería esta interpretación, que se habría originado en la famosa Piedra Movediza.
La otra, dice: thav lil. Thav, apócope de thavthevn, que significa “latir como el pulso”, “palpitar”.
Peña que late como el pulso, o peña que palpita, era la denominación que tan apropiadamente los indígenas habían puesto a la mole que por su forma y movimiento parecía un enorme corazón de piedra palpitante.
Tomás Falkner aporta, refiriéndose al sistema orográfico: “La parte del medio se llama Tandil y deriva su nombre de un cerro que se levanta a mayor altura de los demás” (en “Viaje a país de los araucanos”, del misionero inglés). Cabe apuntar, para mayor claridad de nuestros lectores, que en la época en que Falkner escribe su informe, en esta región se encontraba avanzado el proceso de araucanización de la pampa, con migraciones desde la cordillera y predominio del araucano como lengua que desplazaba a la de los primitivos pampas. Hablamos de mediados del siglo XVIII.
La interpretación de Tello es válida para los accidentes geográficos que derivan del nombre de la sierra, como es el caso de Tandil Leufú, el curso de agua que allí tiene su origen, ya que leufú o leuvú significa arroyo.
OTRO ESTUDIO RELEVANTE
La segunda fuente a que hacíamos referencia al comienzo es una publicación de Daniel E. Pérez, en la Revista de la Universidad Nacional del Centro de la Pcia. de Buenos Aires, “En torno al significado del topónimo Tandil”, de 1978. Fue un hallazgo en una de esas mesas de libros que ofrece cada tanto el Vagón Cultural, anclado en la avenida Eva Perón y las vías, al que sus esforzados impulsores poco a poco están poniendo en movimiento.
El autor menciona las primeras exploraciones del hombre blanco en la zona, comenzando por la conocida de Juan de Garay, que en su viaje de 1581 no dejó ninguna referencia sobre el tema, aunque avistó las estribaciones finales del sistema de Tandilia penetrando sobre el Atlántico en las costas marplatenses.
Posteriormente, fue el padre Silvestre Antonio de Roxas, ya en 1700, quien cruzó esta zona y quien primero dio a conocer el nombre de Tandil en su informe al rey, de 1707 (la fuente es la “Colección de Obras y Documentos” realizada por Pedro de Angelis, publicada en 1969).
Otros exploradores citan el toponímico pero no aportan a su significado, o lo hacen de manera poco confiable. Es el caso de un grupo de hombres provenientes de Córdoba, encabezado por Antonio Garay, que incursionó hacia la región para recoger animales y fueron asesinados casi todos por los lugareños. O la expedición de Juan de San Martín, en 1739, la de Cristóbal Cabral, 1741-42, que mencionan Tandil. El caso de Falkner, ya citado, y el de José Sánchez Labrador, quien aporta que el renombrado cacique Piñacol sentó sus reales en un sitio que se le decía Tandil, por “un cerro de este nombre”, pero tampoco ahonda en el significado.
Charles Darwin anglicanizó el vocablo y escribió “Tandeel” y el salesiano Domingo Milanesio, derivó Tandil de thanun, temblar, ondular, y de lil, peñasco.
MÁS CONTRIBUCIONES
Martiniano Leguizamón se inclinó personalmente por “peñasco caído”, de thann, caído, y lil, peñasco (en “Hombres y cosas que pasaron”, 1929).
Álvaro Yunque señaló que Tandil es una adaptación de thavlil, de thav, caer, y lil, peña (“Calfucurá. La conquista de las pampas”, 1956; se puede leer este hermoso libro en la Biblioteca de la Escuela Nº 1).
Más cercano a nuestros días, el eminente tehuelchista Rodolfo Casamiquela sugirió que por deformación, Tandil podría provenir de la expresión traná-traná, apocopada, que indicaba el movimiento mandibular, y lil, peñasco. Según este autor, aunque se aviene a la alusión clara a la piedra movediza, Tandil podría no tener origen mapuche (conferencia en la Universidad de Tandil, el 28 de julio de 1975).
El indigenista Cuadrado Hernández introdujo una importante variante, al afirmar que la etimología de Tandil es de origen guaraní: de la raíz itá, piedra, y ndí, abundancia, de lo que deduce pedregal o roquedal, coincidente con la mapuche traun-lil, pero sin relación con la Piedra Movediza (“Tandil, hito guaraní en pleno corazón de Buenos Aires”, puede leerse en los archivos de “El eco de Tandil”, en el ejemplar del 28 de marzo de 1963, página 6).
UNA CONCLUSIÓN ABIERTA
Daniel E. Pérez, el autor del trabajo de la Universidad del Centro, da razones que permiten descartar estas dos últimas interpretaciones sobre el origen del nombre, por no hallarse pruebas fehacientes de poblaciones de esos orígenes que hayan habitado o permanecido en estas serranías; aunque algunas excursiones puedan haberse efectuado para comerciar, no implica que hayan sido ellos quienes bautizaron un lugar que desde siglos habitaban indios pampas.
Y concluye:
“Sintetizando, creo que peñascos o rocas caídas, derrumbadas; peñasco al caer (por Piedra Movediza); lugar de roca para la reunión (corrales protectores o para rituales), y peñasco o roca donde pace el ganado, son los significados divergentes- en torno a los cuales el topónimo Tandil halle tal vez algún día su correcta interpretación”.
Para terminar, y apelando no ya al conocimiento racional de lo nuestro, sino a otro más profundo, vale citar que Eliseo A. Tello escribió en la dedicatoria del libro a que hicimos referencia: “A mis padres, que me enseñaron a querer a mi patria argentina”, e incluyó esta estrofa del Martín Fierro:
Y el que me quiera enmendar
mucho tiene que saber;
tiene mucho que aprender
el que me sepa escuchar;
tiene mucho que rumiar
el que me quiera entender.
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