miércoles, 19 de junio de 2013

El Vagador - Por Alejandro Lupo

    Me habló del Vagador en La Esperanza, un bar de mala muerte del barrio de Once. Yo iba a ese lugar todas las noches para olvidarme de mi mujer, de mi hijo, de la vida que perdí. El viejo de ojos líquidos me había estado observando desde la mesa de enfrente, como esperando hablar con alguien. Nunca acaté ese viejo dicho de que la mejor compañía para un borracho es otro borracho; siempre ocupaba una mesa y me quedaba sólo, intentando ahogar recuerdos en una copa de alcohol. Pero aquella noche, sin saber muy bien porqué, sentí ganas de hablar con aquel viejo; lo invité a mi mesa. Pidió una botella del tinto más barato. Recuerdo el temblor de sus manos al tomar el vino, su aliento rancio al toser, y esos ojos líquidos y transparentes que reflejaban mi patética borrachera. No sé cómo me llevó a hablar de esa vida que quería olvidar. Le conté que había sido historiador becario de la Universidad de Buenos Aires; que quedé cesante cuando investigaba el origen indígena del Padre de la Patria; le hablé de mi imposibilidad de conseguir trabajo, y de cómo me perdí en el alcohol, y abandoné a mi familia.
Los extraña?... a su mujer y su hijo digo, los extraña? preguntó con voz dulce, rara.
   Creo que le di la respuesta de siempre, y como lo haría ahora si alguien me hiciera esa misma pregunta, a pesar de lo que descubrí aquella noche. No dejo de pensar un solo día en ellos, pero me convertí en un alcohólico cartonero que no tiene nada para darles.
   El viejo me contó de su soledad; también era borracho y marginal, como yo. Acabamos la botella de tinto, y se largó a hablar del Vagador, uno de los secretos mejor guardados de ese genocidio indígena que fue la “Conquista del Desierto”. Pensé que el viejo alucinaba de tanto alcohol, y pensé en esa palabra, Vagador, una palabra apócrifa en el diccionario, que resonó con fuerza dentro mío; pero un borracho como yo comprende y escucha en silencio. Mencionó un manuscrito; pagó otra vuelta. “Son las memorias inconclusas del coronel retirado del ejercito Adolfo Borges”, dijo. Lo miré con recelo.
No, nada que ver con el otro Borges... y porqué están en mi poder es una historia muy larga y no importa, créame... tengo los papeles del coronel guardados en un baúl dijo mirándome con desesperada ternura.
   Me enseñó una llave de cobre mugrienta que colgaba de su cuello. Mencionó la pensión en la que vivía. Me rogó que los leyera. Yo estaba tan borracho que acepté sin saber lo que hacía. “Queda a una cuadra”, dijo.
   Sus ojos líquidos parecían querer derramarse a la noche. Pregunté porqué me contaba esa rara historia. “Usted que es historiador me puede ayudar”, dijo. Y agregó: “Ya no me queda mucho tiempo”. Quise saber a que se refería: se adelantó a la pregunta señalando que habíamos llegado. La pieza, con piso de maderas que crujían al pisar, despedía un tufo rancio, como el aliento del viejo cada vez que tosía. Retiró el baúl apolillado y polvoriento debajo de la cama; usó la llave que antes colgaba de su cuello; revolvió entre fotos y ropas con olor a naftalina; sacó unos papeles amarillentos atados por una cinta azul con letras bordadas en oro: “Justicia y Valor”, leí. Me pidió que los hojeara; él descansaría. Estaba muy cansado, había recorrido un largo camino, dijo. Cuando se durmió, me puse a leer la historia del Vagador.
   Fueron escritos con tinta negra y una caligrafía de letra apretada que revela un carácter férreo; estaban manchados por moscas, agujereados por el descuido de un cigarro, y despedían una mezcla de olores a naftalina y cascarudo aplastado, imposible de olvidar. Eran algo más de 300 folios numerados que parecían quebrarse al tacto. Las páginas que hablan del Vagador van de la 190 a la 211, faltan algunas hojas. Extraje lo indispensable de algunos párrafos.
  “Escribo estas memorias cuando la mecanización transformó aceleradamente la ciudad, desapareció el caballo como medio de transporte, se electrificó el tranvía y por debajo de las calles circulan los subterráneos. Tantos adelantos, y la humanidad parece retroceder...” (...) “Con 16 años, ingresé como soldado raso al regimiento 3º de caballería. Roca, desde el ministerio de guerra, iniciaba la ofensiva contra el indio, creando los malones invertidos; ahora los blancos atacarían las tolderías...” (...) “El ejército quería darle caza al cacique Juan Casuel, que venía asolando la provincia con sus invasiones ...” (...) “Lo que descubrimos nos llenó de horror: vimos la toldería de Casuel abandonada; caranchos y perros cimarrones comían carne de indios muertos, el olor era nauseabundo. La tribu había sido diezmada por una extraña peste; pensamos en la viruela, pero la piel roja y ulcerada de los muertos hablaba de algo desconocido. Incendiamos la toldería...” (...) “Semanas después, Casuel con los sobrevivientes de su tribu se presentan ante el comandante general de Fuerte Argentino, Lorenzo Wintter, para someterse. Habían abandonado a los moribundos yendo más al sur, pero ya no tenían fuerzas para sobrevivir. Venían confundidos, disminuidos físicamente, y repetían en su lengua ruda sin parar: Huecufú, Huecufú… el Vagador, el que trae el mal, tradujo nuestro lenguaraz...” (...) “Flor Nueva, una cautiva aragonesa que Casuel había tomado como una de sus esposas, fue la única que tuvo el coraje de contar lo ocurrido. En una mezcla de lengua pampa y española contó que el Vagador era un cristiano que habían tomado cautivo para negociar, sin saber que estaba enfermo. Tiempo después que él llegó, muchos cayeron víctimas del contagio; cuando la piel de los enfermos comenzó a despedir líquidos viscosos, la machi ordenó sacrificar al causante del mal quemándolo vivo...” (...) “La historia oficial habla de una victoria más del ejército sobre el indio, sin mencionar al cautivo y la rara epidemia que asoló la tribu de Casuel... ”
   Hay datos reveladores e inquietantes que el Vagador confesó antes de ser sacrificado: “De chico agitaba un tarrito de lata con monedas, en una máquina que viaja por debajo de la tierra, contó la cautiva. En aquel tiempo en que la historia se hacía a caballo no podíamos saber a qué máquina aludía...”. Falta una hoja, pero hay algo más: “Flor Nueva dijo que el cautivo mencionó un portal y sobre él una fecha: 1912. Este y otros datos sueltos, me permitieron años después ubicar el lugar a la altura de la calle Sánchez Bustamante, a un costado de los rieles del ferrocarril Sarmiento. Por ese portal entra una vía, y recorre un túnel que termina en el puerto, debajo del que usa el subte entre Once y Plaza de Mayo...”.Después: “Era un sobrante del futuro... los indigentes, los ancianos sin familia, serán sobrantes. Todo lo que moleste al ?Proceso Tecnológico' será enviado al pasado, a la época de indios y cautivos...”. Por último el coronel escribe:“A partir del año 2076, los humanos que no se adapten al progreso entrarán por ese portal para no volver”.
   Recuerdo los ronquidos del viejo, y las toses al borde del ahogo; mi incredulidad al leer el manuscrito, el sueño profundo en el que entré, producto del cansancio y el alcohol; y despertar sobresaltado por sus gritos agonizantes.
   En sus últimos estertores me confesó lo que no quiso contarme en el bar. Me dijo que en el futuro era buscado por haber robado el manuscrito del coronel, conservado por un tratamiento especial en la biblioteca del Circulo de Militares. Que era profesor de ciber-historia, y había saboteado uno de los viajes para escapar con los papeles del coronel y poder contar la historia. Aunque para él también significaba buscar respuestas personales.
   Le hable de la concatenación de causas y efectos, que no permite cambiar un solo hecho, por insignificante que fuera, sin modificar el presente. El hecho de estar él hablando frente a mí haría cambiar todo el futuro.      
Eso creíamos, pero la historia de la humanidad es como uno de esos juegos en red por computadoras, sin importar el camino que tomen algunos, el destino de esta humanidad siempre será el mismo, todo termina en “Game Over”... Este universo es parte de un programa que alguien creó y tal vez abandonó... Dios o un genio loco, no lo sabemos... ustedes en este principio de siglo XXI ya lo están intuyendo a través de la filosofía, la literatura, y algunas películas visionarias... nosotros tenemos la certeza... por eso en el futuro se habla de historia como ciencia cibernética, y se puede viajar en el tiempo... pero no sabemos aún cómo salir de este universo programado...
   Volvió a toser y respirar con desesperación para no ahogarse. Cuando se calmó tomó mis manos. Dijo:
Si se modificara un hecho trascendente, ese punto de inflexión que afecta a toda la historia... muchos se podrían salvar  y siguió con explicaciones incomprensibles, hasta que  me llamó por mi nombre.
Sólo quiero decirte que te entiendo y te perdono dijo. Miré sus ojos líquidos sin comprender.
   Entonces contó detalles de mi vida, de aquella vida junto a mi familia. Entrada la madrugada, murió. La dueña de la pensión nunca pudo entender porqué le pedí una y otra vez que repitiera el nombre y apellido del viejo. “Llegó hace algo más de un año, me pidió la llave de ese baúl... pobre, parecía medio chiflado... dijo que buscaba a su padre”. Era mi hijo, el hijo que abandoné, como será dentro de muchos años. Y me había buscado sabiendo que moría.
  Aquella mañana, enterré el cuerpo de mi hijo, escribí esta historia en el bar, en la misma mesa donde nos vimos por primera vez, y doné las memorias inconclusas del coronel a la Biblioteca Publica Nacional, donde podrán constatar su veracidad.
   A veces miro a mi hijo, al pequeño de ésta época, sin que él me vea, riendo feliz con sus amigos en esos lugares de juegos en red. A veces, hasta me atrevo a imaginarme jugando a su lado. Dejé de ir a La Esperanza. Ahora vago por los subtes donde entrego fotocopias con esta historia para que la gente se entere lo que nos espera, como el único acto de amor que le puedo dar a mi hijo.
  El Vagador... ese hombre que de chico pedía en los subtes, fue el primer enviado... él es el punto de inflexión me dijo al borde de la muerte, despidiéndose.
  Cada día hay más excluidos en las calles, y más chicos intentando sacudir la indiferencia de un mundo.
  Espero el golpe de monedas clamando misericordia dentro de un tarro de lata.
 
                                                                                   Balcarce, diciembre de 2001

  En el piso del subte línea A que va a Plaza de Mayo, en una hoja sucia por marcas superpuestas de calzados, hallé este texto. Nunca me atreví a indagar su veracidad. Lo transcribo literalmente, salvo el título que es mío; el borde superior del papel estaba arrancado (Nota de Alejandro Lupo).

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