miércoles, 19 de junio de 2013

El arroyo Por Alfred Tenneyson

Desde la cumbre
del monte agreste,
tortuoso y vivo
como una sierpe,
voy hacia el valle
continuamente.
De las colinas
en curso breve
bajo a los pueblos,
doy agua y peces,
y me deslizo
bajo las fuentes.
Los hombre nacen,
los hombres mueren:
pero yo sigo
mi curso siempre.

Entre las peñas
gimo doliente,
formo en los charcos
espumas leves;
canto entre guijas,
brillo en el césped,
y entre las flores
murmuro alegre;
trazando curvas
voy diligente
por las llanuras

por las pendientes...
Los hombre nacen,
los hombres mueren:
pero yo sigo
mi curso siempre.

Vueltas y giros
da mi corriente,
frutas y flores
llevando a veces,
ya un pececillo,
ya un copo leve
de espuma blanca
como la nueve;
tristes o alegres
que en raudo viaje
siguen su suerte.
Los hombre nacen,
los hombres mueren:
pero yo sigo
mi curso siempre.

Corro entre prados
corro entre mieses,
me cubro a trechos
con capas verdes
las golondrinas
pasan alegres

y en mí refrescan
sus alas leves;
y ya entre plantas
y ya entre seres,
a todos calmo
la sed ardiente.
Los hombre nacen,
los hombres mueren:
pero yo sigo
mi curso siempre.

Ya al sol copiando
su disco ardiente,
o de la luna
los rayos tenues
sin tregua alguna
va mi corriente,
a veces plácida
y undosa a veces;
no ha de pararse
ni cuando encuentre
el ancho río
que ha de absorberme.

Los hombre nacen,
los hombres mueren:
pero yo sigo
mi curso siempre.

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