miércoles, 19 de junio de 2013

UNA ANÉCDOTA DE RODIN CONTADA POR ANATOLE FRANCE

Acababa Rodin de terminar en yeso una estatua imponente de Víctor Hugo. El poeta erguíase todo derecho en la punta de una peña. Todas las clases imaginables de musas y oceánidas bullían a su alrededor.
Una mañana condujo el escultor a su estudio una caravana de periodistas ansiosos de contemplar su nueva obra. Por desgracia habíase olvidado la noche anterior de cerrar una ventana y como aquella madrugara estallara una terrible tormenta, una tromba de agua había reducido el inmenso grupo a una informe papilla. La peña habíase desplomado sobre las danzantes deidades. En cuanto a Víctor Hugo, habíase caído en un océano de fango.
Empujó Rodin la puerta, hizo pasar a sus convidados y de pronto notó el desastre. Por poco si se arranca las barbas de la desesperación.
Pero ya llegaba a sus oídos un concierto de elogios:
-¡Inaudito! ¡Prodigioso! ¡Formidable! Ese lago de fango de donde sale Víctor Hugo. ¡Qué símbolo, maestro!: ¡éste es un destello del genio! ¡Usted ha querido representar la ignominia de una época en que sólo descollaba noble y pura la inspiración del bardo sublime! ¡Qué hermoso es esto!
-¿De veras? preguntó tímidamente Rodin.
-¡Como que sí lo es! ¡Es la obra maestra de las obras maestras! ¡Oh, sobre todo, maestro, no lo retoque usted!

Publicado en “Caras y Caretas”, año 1925

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