miércoles, 19 de junio de 2013

Anécdotas del doctor Juan B. Justo, extraídas del libro: “El congreso que yo he visto 1906 -1913” Por Ramón Columba.

¿Está por demás decir que si hubiera más políticos como éste en todos los niveles, nuestra nación sería diferente? Es interesante ver cómo el poder, los “ismos”, los caudillismos nacionales y locales y, en general, la clase política toda, cuya única función es quedarse con los privilegios pero no con el servicio, trata enérgicamente que no surjan éste tipo de personas; y si se diera el caso que llegasen a ocupar una banca... ¡Pobre de ellos!
Hombres como Juan B. Justo son la demostración cabal de que el que un partido tenga “la mayoría” no indica que tenga la razón, ni que tenga calidad política ni nada.  Sólo cuando en los recintos haya una verdadera pluralidad partidaria, fruto de la representación más amplia del sentir político de los ciudadanos, podrán volver hombres como Juan B. Justo para beneficio del pueblo y la nación. Y esto, que vale para la nación, también vale para Balcarce.


Todos los errores son importantes

Allá por el año 1917, visitó a Bahía Blanca  el doctor Justo. Lo recibieron con entusiasmo alborozado. Los compañeros del centro socialista local y los obreros del directorio de una cooperativa de consumos que él había aconsejado fundar. Invitado a dar una conferencia en su espacioso salón de la ciudad sureña, vio por las calles los carteles anunciadores que decían con grandes letras: “Hoy, gran conferencia a cargo del diputado nacional doctor Juan B. Justo”
No bien los leyó el doctor Justo sonrióse de la manera que le era peculiar y protestó:
“-¿Por qué “Gran” conferencia? Conferencia, simplemente, compañeros. No hay que magnificar las cosas. Nuestras conferencias son conversaciones con el pueblo sobre asuntos de interés, naturales y sencillas, como todos los actos de los hombres que militamos en el partido”  fue la admonición amable del virtuoso legislador-
En la visita que Justo, momentos después, hizo al centro socialista de la misma ciudad, donde estaba instalada la cooperativa de consumos, aparte del salón de actos y una “imprentita” -al decir del diputado Arrieta-, el admirado huésped se detuvo a leer un manifiesto gremial que se estaba imprimiendo. Al recorrer con sus ojos la hoja impresa, encontró dos errores sobre los que llamó la atención del encargado de la máquina, quien, para disimularlos, se excusó diciendo. “Por no perder el tiempo sacando la forma, los he dejado pasar. Y como no son importantes...
-No, compañero. ¡Todos los errores son importantes! Y usted, que es del oficio, debe saberlo mejor que nadie.
No había terminado la visita el doctor Justo cuando la máquina continuaba imprimiendo el manifiesto con los errores ya corregidos.

“Al “viejo” no se le escapa nada, -fue el comentario del maquinista-, manifiesta Arrieta....


Se gana la admiración de la cámara

A fines del período, retardada como siempre, llega la discusión del presupuesto. Estas sesiones, por su carácter de aritmética pesada y abstrusa , son las sesiones más aburridas de la Cámara. Pero eso era antes de Justo, ahora no.
Toma la palabra el diputado socialista y, después de referirse al despilfarro de los gastos públicos, a la burocracia creada para satisfacer los apetitos de la clientela electoralista, pasa revista a los impuestos. Informa a sus colegas de cosas que deberían saber como contribuyentes, como dueños de casa o, simplemente, como legisladores; analiza, discrimina, desmenuza esos impuestos que año tras año se votan a libro cerrado , sin mayor detenimiento. Él va a decirnos, ahora, lo que pagan los verduleros, los sitios baldíos que “apenas se cubren de algunos tirantes para levantar la pieza de un obrero, cae la municipalidad con sus impuestos a convertir la obra de progreso en una odiosa carga”; nos dirá lo que pagan como derecho de importación las armas de fuego y los automóviles “no menos mortíferos que aquellas”-; se referirá a las parteras, cuya patente ha sido aumentada, “y después queremos propiciar el aumento de la población”  agrega irónico-, y comparará unos impuestos con otros, proponiendo modificaciones lógicas y de buen sentido.
El informe es largo, pero resulta en sus labios ligero, ameno, instructivo, atrayente en grado sumo.
La cámara va entendiendo al doctor Justo y poco a poco respetando al socialista sincero que no busca en la protección al obrero un medio solapado de “protegerse2 a sí mismo; va reconociendo al político místico que sacrifica ventajas particulares en aras de ventajas públicas, y que no utiliza ni ha buscado su banca para que el presupuesto de la Nación mantenga en adelante a sus familiares, a sus amigos y a sus “amigas”. En sus claras virtudes muchos de sus colegas ven, por oposición, sus propias y ocultas deshonestidades. Y, así, paulatinamente, van admirando al autor de “Teoría y Práctica de la Historia”, obra citada con respeto en las naciones más adelantadas del globo; van estimando al autor de la primera traducción que se ha hecho en el mundo, en español, de “El Capital”, de Carlos Marx; van interpretando al hombre que en diversas oportunidades destacó su vigorosa personalidad en asambleas socialistas internacionales realizadas en tierras lejanas...


Su última voluntad

La labor del doctor Justo en el congreso es inmensa, y más que su dimensión, inspiran respeto sus afanes porque la marcha política y administrativa de la Nación se vea “limpia de gobiernos opresores y deshonestos”, como él tantas veces lo ha declarado. Pero el destino ha querido que el 8 de enero de 1928, tres meses antes de terminar su mandato como senador, un ataque cardíaco detuviera su corazón para siempre.
Justo era la negación de toda vanidad. El aplauso que tanto halagaba al orador, a él le resultaba un “ruido molesto” que su palabra sobria eludía más bien. Una vez Dickmann pidió un “aplauso parta el líder” y la ovación de la sala le produjo un visible desagrado.

Consejo

“Compañero  le dice a un colega del sector de la cámara-, anoche lo vi salir de un teatro de revistas. Si le sobra tanto tiempo para perderlo viendo bailarinas y cupletistas, ¿por qué no lo invierte en estudiar asuntos de nuestra carpeta?

Monumentomanía

Se trata en el senado la erección de un monumento. Según los fundamentos del proyecto de ley, el prócer indicado fue un hombre de “gran sinceridad”.
Justo: - La sinceridad es la virtud de muchas personas humildes y desconocidas que han desaparecido y a nadie, por eso, se le ocurre levantarles un monumento. (Risas) Esto más bien es el resultado de nuestra Monumentomanía.

No guardo secretos

... En una comisión del Senado, estudiando un asunto, alguien dio un informe grave, tan grave que el mismo informante se alarmó y, queriendo evitar que trascendiera, dijo:
-Bueno; pero que todo esto quede entre nosotros, ¿eh?...
A lo que el senador Justo respondió en el acto:
- Por mi parte le diré, señor senador, que no acostumbro a guardar secretos sobre asuntos públicos.


Nada de pompas

De la imprenta pasamos al local de la cooperativa de Consumos, cuyas paredes exhibían carteles de propaganda del partido y algunos retratos de sus prohombres, entre los que se destacaba el del propio visitante.
“¡No, no! Retiren eso... Aquí lo que debe exhibirse son buenas muestras de artículos y leyendas sobre cooperación”  fue el consejo apresurado, dicho con su vocecita un poco áspera, del hombre público enemigo de toda ostentación personal en los intereses colectivos.
Antes de retirase del centro socialista, un grupo de cocheros de la Sociedad Conductores de Carruajes, de Bahía Blanca, le consulta al doctor Justo las bases  de una cooperativa de servicio fúnebre que estaban redactando. El doctor Justo lee: “Sociedad Cooperativa de Pompas Fúnebres” y, sin poder contener la risa suya tan característica, repite varias veces: “Pompas Fúnebres”... ¿Qué es esto de Pompas? ¿A los pobres compañeros que fallecieron los van a enterrar con Pompas Fúnebres? Pongan, simplemente, “Sociedad Cooperativa de Servicio Fúnebre”, expresión más adecuada para obreros que viven sufriendo y mueren en  la escasez, si no en la miseria”  fue la crítica entre severa y sonriente, que rectificaba lo de “Pompas Fúnebres”, vulgarizado por la rutina, cumpliendo así el líder máximo del partido la permanente misión educativa que él se había impuesto sobre los obreros, ante quienes nunca ejerció la adulación complaciente, mostrándose más bien un paternal y severo censor.


Limpieza

El doctor Justo, en 1890, después de haber estado en Europa , introduce el método aséptico en su cátedra quirúrgica del hospital San Roque. Uñas cortas y limpias_; manos reciamente cepilladas con jabón y agua tibia por un cuarto de hora; ebullición de media hora de los instrumentos y desinfección de las gasas que van a circular en el campo operatorio...
Un día advierte que un practicante mayor se dispone a operar a un enfermo sin lavarse las manos y sin arremangarse, siquiera, los puños de la camisa. Justo, exasperado, le grita: “¡Si usted llega a infectar al enfermo con sus manos sucias, lo denunciaré al juez de instrucción como a un vulgar criminal!”


Suficientes amigos...

Cierta tarde, al entrar el doctor Justo en el salón de los Pasos Perdidos quiere detener sus pasos, con melosa voz, un desconocido, mientras dice:
-Doctor Justo, permítame que le presente a unos amigos.
-Gracias, ya tengo los suficientes...
Y el líder socialista se perdió bajo la pesada cortina, esquivando la oportunidad que se le ofrecía en ese instante de adquirir nuevos “amigos”.

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