Te llamé amor
durante tanto tiempo
que olvidé
todos tus otros nombres,
los del reflejo que ves en los cristales,
la mueca egoísta,
el miedo a seguir vivo.
Te llamé amor
por hábito y costumbre,
nombrándome a mi misma
amante,
paciente,
virtuosa
y al nombrarte creé mi propia sombra,
el vestido de gala
con que quise adornarme.
Te llamé amor
como hubiera podido
llamarte árbol o piedra o naufragio
y te amé
con tus ramas partidas,
tu dureza y todas tus tempestades.
Te llamé amor
hasta que la garganta
se negó a pronunciar palabras con espina
y fui nombrando
uno a uno tus nombres
hasta que amor quedó
pequeño,
desnudo
y sin caretas.
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