miércoles, 19 de junio de 2013

Olvido - Por Diana Luz Bravi-Rosario

El olvido llega lentamente. Uno se cree abandonado, pero llega. El olvido llega como llegan las tardes cuando empieza a llover. La lluvia llega y el alma se expande, cuanto más se expande el alma el olvido encuentra más espacio vacío y se prodiga. Espaciosa se hace el alma, mojada y fría, pero espaciosa. Como la lluvia, empieza con un golpeteo que es música de tanto golpear,  como la lluvia repica escondido en el hueco de cuencos silbadores, y sacude y eriza la piel.  La música se brinda  y sería bueno  detenerla para detener el tiempo del olvido y gozar. Pero sigue impasible, unas veces lenta, otras empujada por un viento del sur, pero impasible. Y el agua se abre paso, como las lágrimas cuando resbalan. Se siente que lento se derrama el olvido, pero implacable. Tiempo del olvido, real tiempo cierto. Es el espacio del día que nos detiene en el papel, y es ancha la extensión de las hojas. Uno mira los charcos sudorosos, las arboledas
Escanciadas, saciadas, y se siente cada vez más cerca del olvido. Y el olvido llega, hace un cauce profundo en el centro del alma. Lo hace de a poco, tan lento que hasta las palabras sobran y sorprenden. Y llega el sabor dulce del agua que se abre paso.
 La lluvia se viste de olvido, llega hasta el alma y le regala el vestido. Es lluvia el vestido que viste ahora el cauce rumboso. Y allí lo deja y sigue desnuda, va en busca de otra alma. Y  ya se siente la limpia, nueva piel. El tiempo lluvia. El cauce ya está hecho y otra vez el cantar y la niñez juegan en los charcos.
Inútil tratar del volver, es el manso regazo, es un ramo de cien calas desnudas sólo para uno, es la suavidad del interior del cáliz solitario.
Y si miramos hacia abajo vemos transcurrir el mar quieto. Bajo los pies pasan peces claros, algas brillantes, anémonas inquietas. Y ya no es posible regresar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario