miércoles, 19 de junio de 2013

METRÓNOMO PARA LECTORES - por Jorge A. Dágata

Es probable que nuestro lector sepa que el metrónomo es un aparato indicador del tempo o compás de las composiciones musicales. Mediante su empleo un intérprete sabrá con precisión cuál es la duración exacta de los compases, según la concibió el compositor y la indicó para determinada partitura.
El primero data de 1812 wikipedia mediante- y gradualmente reemplazó, aunque no del todo, a las indicaciones más difusas de una escala expresada en italiano que comenzaba en el “grave”, “largo”, “larghetto”, “adagio” y así en velocidad creciente hasta el “vivace”, “presto” y prestísimo”.
Al margen de tecnicismos y opiniones muy especializadas de grandes compositores, que no nos interesan aquí, resulta evidente que el mensaje estético de una composición musical se ve alterado si lo es su tempo. Igual fraseo, acompañamiento, armonía, etc., producen efectos disímiles al alterar la velocidad de ejecución. Queda la anécdota que recorre generaciones: Beethoven, el primero en utilizar indicaciones de metrónomo en sus partituras, allá en su etapa más clásica, lo consideró después una abominación para la nueva música, que concebía libre. Es una paradoja más que las obras del genial sordo posteriores a la Tercera Sinfonía, “Heroica”, cuando la veta romántica predomina en él sobre la clásica, se impriman aún con leyendas metronómicas. A mi lado, me observa Ezequiel que en la Octava Sinfonía él mismo volvió a incluirlas.
La literatura, igual que la música, transcurre en el tiempo. Las palabras se suceden unas a otras como las notas. Sin embargo, hasta donde sé, jamás se le ocurrió a nadie incorporar a un texto alguna indicación de la velocidad con que debe leerse, para respetar el sentido original.  “Sentido”, utilizado en su significación más amplia, no restringida únicamente a la comprensión lógica del contenido.
Hay algunos supuestos detrás de esta ausencia de metrónomo para lectores.
Creo que el más obvio es que la lectura, como la escritura, ignora al tiempo a pesar de transcurrir en él. Al menos así se lo consideró durante milenios. Recién a mediados del siglo pasado se idearon técnicas de lectura veloz, con aplicación restringida a textos orientados a la mera información, que poco o nada tienen que ver con la literatura.
Un poco menos obvio, pero también reconocible, es el hecho de que quien escribe y quien lee están ligados por un acuerdo tácito, más allá de que compartan o no un espacio o una época común a ambos. Esta correspondencia que en grado sumo logran las grandes obras, tiene que ver con el concepto de “sinfronismo”, expuesto con tanta claridad entre nosotros por Raúl Castagnino, a partir de la enunciación de Ortega y Gasset, que a su vez la tomó de Goethe.  Al alcanzarse una resonancia armónica entre el autor y el receptor, una vibración común que es enteramente espiritual, la velocidad de lectura se regula per se, lo hacen las palabras con otra dimensión a la de las notas musicales, sin requerir artilugios accesorios.
También es válido apuntar que el buen lector está habituado a la relectura  y que en ella seguramente ajustará el tiempo que le demanda un párrafo, una página o una serie de ellas, con la percepción previa de una primera recorrida de reconocimiento.
Pero se puede ir un poco más lejos para enriquecer el tema. Hay textos se me representan muchas de las páginas de Alejo Carpentier- a los cuales una lectura morosa restará el efecto de conjunto que procuró el autor, con abundancia de notas coloridas y un exquisito movimiento interno con el que parodia la realidad que está representando en palabras.
O la vivacidad intrínseca de algunos textos, que demorados dicen algo bien distinto de lo que se quiso expresar. Viene a mi memoria una ya famosa observación que cierta vez hizo Saramago a un amigo. Éste le reprochaba que no podía comprender determinada obra, y el autor le respondió, simplemente, “no la estás leyendo bien”. En esa deficiencia de lectura me atrevo a incluir la velocidad con que la había intentado.
En el otro extremo, ¿cómo pretender una correcta apreciación de muchas páginas de Borges, algunas tan breves como significativas, corriendo sobre las palabras? En esos textos e incluyo buena parte de su poesía- hay palabras con una consistencia, un peso tal, que no hay forma adecuada de leer si no es deteniéndose, volviendo al punto anterior, relacionando.
Para avanzar un poco más: tal vez sí exista un “metrónomo” para lectores, aunque no se materialice en un aparato mecánico o electrónico similar al de los músicos. La época, el ambiente en que fue creada una obra, también imponen su tempo. Si el lector conoce las circunstancias que rodearon a la creación y el buen lector suele tenerlas en cuenta-, ellas le brindarán una guía para la lectura inteligente, para la que vale.

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