CHARO
Alumna de 4º año de Colegio Santa Rosa de Lima
“A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.”
Oscar Wilde
Una vez, un amigo de la infancia me dijo: “cuando te quede poco tiempo, Charo, lo único que querrás es estar tranquila en tu casa, disfrutando de los pequeños grandes placeres de la vida”. En su momento no le presté mucha atención, lo vi como una frase pasajera, una más entre esas tantas que la gente va repitiendo constantemente en la calle, pero por algún motivo, vaya a saber uno cuál, la recordé. Y ahora es precisamente lo que siento y no se lo puedo decir a nadie. No es que no se lo puedo decir a nadie porque no me animo o porque tengo miedo de lo que puedan llegar a decir o pensar. Nada de eso. Llega un punto de la vida en donde, sinceramente, las opiniones de los demás no importan. Es realmente una lástima que uno se dé cuenta tan tarde de eso, en un momento y lugar en donde no podés corregir nada de tu pasado y donde sinceramente es poco lo que queda a futuro.
Mi vida no fue apasionada, no hice grandes viajes, tampoco fui una persona importante. Tuve una vida “normal”, sin grandes ambiciones, pero con muchos amigos y un gran sueño que hasta el día de hoy conservo. Ese sueño es, simplemente, brindarle a mis hijas una buena vida: comida sana, un hogar limpio en donde vivir y en donde el sentimiento más profundo sea el amor. Mi sueño me hizo pasar los mejores momentos de mi vida, así como también los peores.
Se me vino a la cabeza mi juventud, yo ya era mamá de Clara, creo que vale aclarar que la tuve de muy joven. Era muy chica todavía y no sabía bien lo que hacia, pero en ese momento me sentí completa, sentí que en ese hombre había encontrado a alguien en el cual me podía refugiar para toda la vida. Nuestro amor continuó dos años más, en los cuales tuvimos a Amanda, mi segunda hija. Llevábamos una vida común. Pero un día, él, el amor de mi vida, el hombre que me completaba me dijo “perdón Charito, no es fácil para mi decirte esto y creo que tampoco lo va a ser para vos, pero siento que lo nuestro terminó”.Recuerdo ese día como si fuera hoy, tengo intactas esas palabras en mi cabeza. En ese momento sentí que se me desmoronaba mi mundo, que se me derrumbaba la vida. Sí, así de profundo era el amor que yo sentía por ese hombre. Tuve que dejar mi trabajo, caí en una gran depresión. Fue en el único momento de mi vida que dejé de lado mi sueño, ese tan sencillo pero tan preciado sueño para mí.
Al poco tiempo conocí a otro hombre, Pedro, al que ya no supe valorar tanto como a ese primero, sin embargo yo sentía que su amor hacia mi era grande. No solo hacia mí, sino también hacia mis hijas. Eso lo hacía más preciado aún. Se ganó un lugar de “padre” en nuestra pequeña y un poco rota familia. Gracias a él volvimos a estar todos unidos y todo volvió a ser casi como lo era antes. Con él aprendí que uno no se tiene que aferrar al pasado y menos a determinadas personas, que todo está en constante cambio. Fue la lección más importante de mi vida.
Mis hijas me acompañaron toda mi vida y, a pesar de pequeñas discusiones, siempre se mantuvieron unidas. Me dieron lo mejor que tengo en esta vida, a mis nietos. Sinceramente, lo peor de estar en este lugar es no poder ver a mis nietos; ellos son la luz de mis ojos.
Muchas veces pensé en rendirme. ¿Vale realmente la pena encontrarme acá, con gente enferma a mi alrededor, sin poder decir ni una palabra, sin poder expresar lo que siento? En mi cabeza, la respuesta a esa pregunta fue varias veces “no”, pero unas pocas fue “si”. En ese “sí” se encontraban mis nietos, ese “si” eran mis nietos.
Se me dificulta la respiración, me hace mal ver a mis familiares llorando y teniendo que dejar sus responsabilidades por mí. Muchas veces me hago la dormida, finjo no escuchar. Hace varios días que no veo a mi marido, siento que le pasó algo y no me lo quieren decir. ¿Pensarán que en este momento de mi vida, en el que estoy al borde de la muerte, algo me va a afectar?
De pronto escucho ruidos, mucha gente corre a mi alrededor, me llevan rápido a un lugar, mis hijas lloran. Siento que esto se está terminando. No escucho nada ni a nadie. Solo veo una inmensa luz, una luz sin cuándo ni dónde, pero tan blanca que me llena.
Veo a alguien. ¿Pedro, sos vos? ¿Qué haces acá? Vamos a pasear un rato; hay varias cosas que siento por vos y que me gustaría decirte. Ya no siento que en esta vida estoy de regalo, siento algo nuevo, siento que esta otra vida es un regalo.
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