miércoles, 19 de junio de 2013

Noche de verano Por Irma Sambuelli-Rosario-Santa Fe

En una noche de verano, que el calor ardiente venía arrastrando insidiosamente por extendidos días  y noches, no poco influía en el malestar generalizado de los habitantes del pueblo. A la hora del crepúsculo abrían sus balcones al aire cansino y denso, que llegaba casi  rezongando, desde los montes que lo rodeaban.
Los techos de las casas se serenaban parsimoniosos de los rigurosos rayos del sol, mientras hablaban  con el cielo extasiado  del verano. Sobre la zona arenosa,  junto al arroyuelo que formaba las aguas surgidas de alguna cumbre pedregosa, el esplendor de la luna se filtraba por entre los arbustos,  cubriendo a borbotones sus troncos y sus ramas en sombras  de carbón, de ardiente arenilla calcinada.
La torre encendida de la iglesia, iluminaba al  paisaje nocturno, desde su silenciosa cúspide de plata.
Un perro vagabundo y yo, caminábamos sin tiempo por las veredas sofocadas.
A lo lejos, formas de seres extraños flotaban entre el vapor de esa noche ardorosa y pesada de verano. Y la voz de él, que no está, se escuchaba, aquí y allá, lánguida, asfixiada.

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