Todo lenguaje comienza siendo emocional y concreto, para terminar en el lugar común: abstracto y vacío de significación vital. Piénsese en palabras como “honor” o “democracia”.
El artista devuelve a las palabras cierta aspereza nueva, cierto novedoso resplandor, acoplándolas a otras con las que habitualmente nos se acoplan, estableciendo entre ellas diferencias de voltaje, tensiones y distorsiones que les movilizan músculos atrofiados y que los iluminan con resplandores insólitos: piénsese en la “infame fama” de Borges.
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