miércoles, 19 de junio de 2013

EN ESTA PÁGINA PRESENTAMOS ALGUNOS TEXTOS DEL LIBRO “EL CONGRESO QUE YO HE VISTO, 1906-1913” DE RAMÓN COLUMBA.

   Esta obra escrita en tres tomos (1906-1913; 1914-1933 y 1934-1943), es la visión de un testigo presencial con casi 40 años de labor en el recinto de taquígrafos. 
Aquellos grandes hombres -concordemos o no con sus ideales-  que hicieron del congreso de la nación la institución básica de nuestro sistema democrático, hoy no podrían entenderse con la gran mayoría nuestra clase política, pícaros caraduras, asalariados del gobierno de turno. ¿Por qué? dirán ustedes. Porque ésta generación política del siglo XXI no sólo ha llegado a un nivel peligrosamente bajo de cultura, oratoria e ideas, sino también (y esto puede verse aún más claramente en los municipios donde reina el nepotismo y el amiguismo de los intendentes) de acción. A pesar de que los males políticos son y serán los mismos, a esta clase gobernante le corresponde una de las más bajas alturas espirituales de la historia. Es deber del pueblo, estudiar la historia viva de sus gobernantes para que algún día estas personas sean reemplazadas por otras que al menos, tengan el mismo espíritu de los maestros que aquí presentamos.



Vale más que nosotros; usted es un poeta

El poeta riojano Arturo Marasso llega a la casa del doctor Joaquín V. González. Carlos Alberto, hijo del senador, y yo, desde el patio, alcanzamos a oír la declaración del portero:
-El doctor está en este momento con el general Roca. Si usted quiere esperar que termine la entrevista...
-No... No... Me voy.
Don Joaquín alcanza a ver por la ventana de su escritorio de la calle Victoria, la presurosa retirada de su joven amigo y lo manda llamar.
-De parte del doctor, que vuelva. Que puede pasar.
Y el respetuoso y tímido comprovinciano, recién llegado de La Rioja, enfrenta, tembloroso como un jazmín del aire, al senador que le tiende la mano, en presencia del general Roca. Al notar la turbación de su amigo, dice el senador González:

-Vea, Marasso, no se ponga así. ¡'Si usted vale más que nosotros! Nosotros somos políticos, y usted es un poeta.

Anécdotas del Dr Juan B. Justo

En 1917, una tarde, al anochecer, corre la noticia de que en una calle del centro han herido al doctor Justo... Al poco tiempo, convaleciente de su herida, se hace trasladar al recinto de la cámara. Sobre unos almohadones, la pierna rígida, enyesada. Y así, recostado sobre un sillón que han puesto en la última fila de las bancas y bloqueado por carpetas, libros y papeles, habla, informa y discute las partidas de presupuesto y el equilibrio de las leyes impositivas de la nación. El enfermo se olvida de sus dolencias en situación en que la cámara no le  negaría una justificada licencia, “con goce de dieta”, como es de rigor. Pero él ha preferido acordarse, antes que nada, de sus obligaciones irrenunciables de legislador.

Un periodista consulta al doctor J.B. Justo, como médico, acerca de ciertas dolencias físicas. Justo lo ausculta en silencio.
-¿Qué puede recetarme?  le pregunta el “paciente”.
-Deme su pase de tranvía. Y el doctor Justo, guardándoselo, le ordena:
-Y ahora, amigo, camine. Es todo lo que tengo que recetarle.

“Estreno” de un legislador

...”El orador debutante pide la palabra con miedo. Y habla con turbación, al principio. Tiene que acomodar la voz al recinto. Ver si su reducido auditorio, de la primera galería, alcanza a oírle. Un poco más seguro ya, da cierto énfasis a sus frases. De pronto, como distraído ante su propia voz, pierde la ilación de su discurso, pero al instante recobra la atención, y así entre el desgano de la Cámara, la escasa curiosidad de los colegas por el “debut” y la visible aflicción de sus familiares en la barra, ante un probable traspié del pariente, termina el senador su primera exposición en medio de un gran silencio, que nadie se atreve a turbar, no con el acostumbrado cumplimiento del vecino de banca, de “muy bien”, que sirve para que el diario de sesiones lo registre en bastardilla...
El orador ha esperado algún aplauso, o dos, o tres, en tal o cual párrafo, que con gran sorpresa suya no llegó a conmover a nadie en el recinto. Ni a su propia hija, que en ese instante mira distraída los largos mostachos de Marcelino Ugarte.
El flamante orador.... alcanzando a uno de los taquígrafos se lo lleva a un rincón oscuro y solitario de la rotonda que rodea al recinto. allí le dice con atrayente y misteriosa sonrisa:
-Joven, ¿usted tomó el final de mi discurso? Bueno... Este... ¿No le podría poner algunos... aplausitos?
No me pide aplausos, sino “aplausitos”. Como no es costumbre ponerlos de contrabando, ni en diminutivo siquiera, opto por no poner nada. Pero confieso que por largo rato quedo impresionado por la emoción que me transmite el vergonzante orador. Me ha conmovido. Ya que no ha conseguido los “aplausitos” ni de sus familiares, los quiere del taquígrafo.

El gobierno no debe “tener” diputados

Al discutirse la ley electoral, el doctor Indalencio Gómez se empeña en despejar todas las dudas. Quiere que todos se convenzan de que todas las cosas van a cambiar, de que el gobierno está decidido a no ser más el supremo elector...
“- El gobierno nacional ha declarado que no intervendrá en las elecciones, que no habrá un solo diputado elegido, no digo ya por medios oficiales, ni siquiera por una indicación indirecta. Se ha tachado de imprudente esa declaración diciendo que los gobiernos necesitan tener diputados. Será imprudente; pero antes que la necesidad de que los gobiernos tengan diputados, existe la necesidad de que el pueblo haga sus diputados”.

Vocación de pobreza

Alfredo Palacios es “mano abierta”. En ella no se detiene el dinero que gana, pues si a él le alcanza para vivir, a los amigos que lo rodean les falta casi siempre.
Además, el líder socialista paga la pieza de algunos obreros y su bolsillo, en los buenos tiempos, se da el lujo de acordar pequeñas pensiones a familias del barrio... Pero una vez ocurrió lo sorprendente: Ganó una suma “fabulosa” de 10.000 pesos en un pleito en que lo hizo intervenir un amigo suyo, Antonio Santamarina.
-Hay que depositarlo, doctor, en cuentas corrientes de un banco  es el consejo amistoso que le da Adolfo Muhlmann.
-¿Para qué? Mi “banco” es el bolsillo izquierdo de mi pantalón. Cada día sacaré lo que necesito gastar y lo pondré en el bolsillo derecho.
Y así lo hizo por un breve tiempo, el que necesitó para que pasaran los pesos del improvisado “banco” a la circulación general a través de sus amigos y sus “pensionistas”.

¿Qué era lo más honroso?

El doctor Manuel Augusto Montes de Oca, notable jurisconsulto y uno de los miembros más notables de la Cámara de Diputados, presenta su renuncia por haber sigo designado abogado de las empresas ferroviarias “las que, seguramente, van a tener que tramitar sus intereses a través del congreso”.
Un asistente a la barra dice:
-Es un rasgo que lo honra.
Un periodista le responde:
-Más honroso para la cámara y para el pueblo habría sido que renunciara a defender los intereses de las empresas ferroviarias y optara por defender los intereses del pueblo.
Dos puntos de vista. De todas maneras, hizo lo que otros no hicieron. Eran legisladores y seguían siendo “abogados” a sueldo de empresas de servicios públicos.

Contradicciones

Al iniciarse la sesión, se ha dado cuenta del proyecto de un senador por Jujuy que acuerda subsidios a universidades dela Capital federal y de las provincias de Buenos Ares y Córdoba.
¡Qué ironía! Un jujeño pide fondos para institutos culturales de la capital y provincias centrales, y un porteño el senador Palacios- es el que sale en auxilio de las provincias del norte. Éste sigue ocupándose del problema del analfabetismo y dando cifras que anoto sobre el margen de mi papel taquigráfico para utilizarlas en algún comentario periodístico...
En seguida da una noticia que hace palidecer hasta a los rojos cortinados del recinto:
-En la Argentina hay 1.600.000 analfabetos absolutos, de 10 y más años de edad. Habría que agregar a éstos los analfabetos menores de 10 años y entonces los números serían aterradores  dice Palacios. (en aquella época la población era de 12 millones de habitantes. N del R). Alude el orador a los esfuerzos bienintencionados de nuestros educadores pero, desgraciadamente, insuficientes. Enumera las provincias recorridas: Sgo. del estero, Tucumán, Salta, Jujuy, Catamarca y La Rioja....
En esto estaba el doctor Palacios, abstraídos en su erudita y noble tarea de exhibir estos urgentes problemas para la vida del país, cuando el doctor Roca, que preside la cámara como vicepresidente de la nación-, tiene que interrumpirlo, a las 5 y 40 de la tarde, para decirle que los senadores se han ausentado y no hay el quórum reglamentario para continuar la sesión.
Y yo me levanto desolado. Si como jefe de taquígrafos este cuarto intermedio me acorta el trabajo, como ciudadano me desazona. ¿Cómo esperar una solución perentoria para tan grandes problemas, si los hombres encargados por la nación para encontrarla no se toman ni el trabajo de escuchar cómodamente repantigados en ricos sillones?

Jesús, su pasión de niño

Palacios... reaparece como senador nacional en 1932. Debo tratarlo de cerca. Mi cargo me pone en contacto con él diariamente. aprovecho, entonces, para saciar una vieja curiosidad mía:
-¿Quién lo inició a usted, doctor, en el socialismo? ¡Fue el doctor Justo? ¿Quién fue?
Lo imprevisto del reportaje lo sorprende un  tanto, pero en seguida, con una alegría que le baila en los ojos, me responde sonriendo:
-¡En el socialismo me inició mi madre!
Y con verdadera unción me habla de la autora de sus días.
-Era una mujer profundamente católica. Ella puso en mis manos el Nuevo Testamento con el Sermón de la Montaña, y llegó a apasionarme la figura de Jesús. Yo tenía entonces once años de edad.


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