En mayo de 1974, el flaco Sosa, instituido como cantinero del Club Alas Balcarceñas, intentó introducir la limpieza en el local, generando con esto graves desequilibrios en la institución. Sosa se pasaba todo el día con un trapo rejilla meta limpiar y limpiar. Los muchachos andaban perdidos, porque con esto perdían valiosa información que ellos preservaban codificada en la noble mugre del Alas.
En el mostrador siempre había marcas de vasos apoyados. Marmorato dejaba una marca en forma de un círculo exacto, pues, con precisión bicicletera, apoyaba una y otra vez el vaso en la misma posición. Por otra parte, Soguita, portador de un pulso menos firme, dejaba una marca borrosa e irregular. Así, cualquiera que llegara, con sólo observar el mostrador ya sabía quien había estado y mucho más. Por ejemplo, si Marmorato agregaba una medialuna a la derecha de su círculo perfecto, significaba que iba a regresar a la nochecita. Si Soguita dejaba varias marcas en línea significaba que no iba a aparecer por varios días, seguramente por alguna deuda quinielera. Si el Mirlo dejaba dos marcas significaba que volvía a tomarse otra copa. Si dejaba una sola era un error, porque siempre volvía a tomarse otra copa.
Digamos que así como algunos pueden predecir el futuro a través de la borra del café o del inodoro, los colombófilos eran expertos leyendo la suciedad. Pero Sosa estaba empeñado en instaurar la limpieza extrema, desterrando, entre otras sublimes cosas, el uso de este complejo código. A cambio, ofrecía a los muchachos absurdos anotadores y hasta ridículas pizarras: Sosa no sabía con quienes trataba. Los muchachos del Alas son insobornables porque no tienen ambición: tienen todo lo que necesitan y lucen felices. Son la diversidad, pero al mismo tiempo el uno. Además, nada los moviliza más que un adversario a su medida.
Sosa se aprovechó de una mañana de domingo para baldear todo el club y limpiar desde los vasos hasta el metegol. Cuando llegaron los muchachos por la tarde, desconocían el lugar. El olor a lavandina, la falta de polvo y de grasa les irritaba el alma. El turco Alcoyana fue presuroso al rincón derecho donde por décadas dejó en el piso sus anotaciones con poemas inconclusos. No encontró allí más que limpieza y allí mismo se quedó sollozando como un niño en penitencia. Por un fatal instante sus poemas fueron confundidos con papeles roñosos y transformados en nada. Marmorato lo contiene en un abrazo y por sobre el hombro del Turco grita a Sosa:
-¡Miré lo que hecho, ha destruido la cultura del club! ¡Usted hubiera tirado la piedra Rosseta porque estaba sucia y cachada!
-Bueno Marmorato, puede ser que haya cometido un error con los poemas, pero otras cosas son incuestionables. Por ejemplo, aun había vino seco sobre la mesita de truco desde el día que usted rompió la pata hace dos años, cuando apoyó el ancho de espada ganando “vale cuatro” y partido.
Marmorato clavó la vista en el cantinero y luego la dirigió lentamente hacia la mesita comprobando que su huella ya no estaba. Arrastrando los pies se dirigió al rincón para llorar con su amigo Alcoyana. En ese momento ingresó el Mirlo.
-Amigo cantinero, como puede ser que haya atacado de esta manera los recuerdos de esta gente. ¡Que somos sin nuestros recuerdos! Si sólo fuera lo que hice hoy sería nada. Si sólo fuera lo que seré también, porque sería la misma nada si no pudiera acumular recuerdos. Usted bien sabe que cero mas cero es cero. Por lo que fui es que tengo estos amigos que me respetan por nuestras innumerables y justas hazañas. Al terminar esta frase el Mirlo casi inconscientemente lleva la mirada hacia la pared lateral que está totalmente limpia. Algo que él allí atesoraba ha sido devorado por la insaciable limpieza. Desencajado, ataca nuevamente al cantinero:
-Dígame Sosa, que ha hecho con la silueta que estaba grabada en esa, en “esa” pared. -Cuestiona el Mirlo apuntando con el dedo y con su voz algo quebrada.
-Si, bien que me costó sacar esa mancha de grasa!
-Eso, a lo que usted llama “mancha de grasa” era la evocación permanente del día que apareció uno de “El Riojano”. Nunca supimos a que vino, pero al tipo se le ocurrió pedir un coñac. Instantáneamente Farias, que entonces era el cantinero, y yo le asestamos sendas empanadas en el rostro desde una distancia de 5.27 metros. Las empanadas eran algo ricas en grasas y por eso la silueta del agresor quedó fielmente dibujada en la pared, en “esa” pared. Cuenta el Mirlo, ya llorando.
En el rostro de Sosa comienza a brotar la duda.
-Discúlpeme Mirlo, pero ¿cómo podría yo saber que esa mancha de grasa escondía esta historia? Además, aprovecho esta conversación para criticarles esa actitud vuestra para con los extraños. No se dan cuenta que así como no viene gente extraña aquí, tampoco pueden ustedes ir a ningún otro club?
-No lo necesitamos. Además, el problema no es que fuera de “El Riojano”, a quienes respetamos; sino sus modos. Venir aquí a pedir un coñac, mostró claramente sus intenciones bélicas. -Alcanzó a decir el Mirlo antes que quebrarse de nuevo en llanto junto a sus amigos.
-¡Cómo se la dimos a ese roñoso! Rememora Marmorato desde el rincón.
-Ve, Marmorato, -aprovecha Sosa- usted mismo está asignando un carácter despectivo a la suciedad.
-Escúcheme Señor Limpieza, no va a comparar los hermosos poemas del Turco a la mugre muda de ese forastero! ¿Qué diferencia a un papel roñoso de un poema de Alcoyana? Pues Alcoyana mismo; si usted no aprecia la poesía de mi amigo, no notará la diferencia.
-No es así, aprecio profundamente la poesía de Alcoyana, pero no queda prolijo dejar esos papeles sucios tirados, por eso le compré este hermoso cuaderno Gloria.
-¡Pero mi amigo! ¡Eso es como ponerle una pollerita de baile al Mirlo!, es imposible que Alcoyana escriba algo sobre papel blanco. Se bloquea, no escuchó hablar del “pánico a la hoja en blanco”. ¡Déme ese cuadernito! Gritó el Negro y con furia refregó una rodaja de salamín por todas las hojas para finalmente entregarle el cuadernito a Alcoyana que no paraba de llorar.
El cuadro era verdaderamente desolador. ¡Nada más espantoso que ver hombres tan duros llorando en un rincón! La duda maduró en Sosa que ofreció un trato justo:
Se estipuló una línea divisoria a partir de la mitad del mostrador que quedo como territorio compartido. A partir de allí Sosa tenía domino total de la cocina, medio mostrador y todos los espacios por detrás de éste. Los muchachos conservaron sus espacios y rápidamente comenzaron a generar nuevos recuerdos, es decir una cuidada suciedad.
Cómo habrán sospechado, el llanto colombófilo fue toda una actuación. Los muchachos son malísimos con los malos y buenísimos con los buenos. Capaces de sacarles el sánguche al más guapo de la fiesta para dárselo a un cuzquito abandonado. Los muchachos pueden ser más duros que el más duro, pero sabían que Sosa además de guapo es firme y tozudo y que por ahí la cosa no iba a andar. También sabían que es muy buen tipo y por eso le buscaron por abajo.
Como marcando un hito con esta lucha y victoria intelectual, los muchachos ordenaron sus ideas y prepararon un manifiesto que se transcribe aquí en forma textual:
Nosotros,
El turco Alcoyana, Soguita, Marmorato, Chuleta, el Mirlo y todos aquellos que quieran firmar,
Con el objeto,
De terminar con el ataque constante de la limpieza sobre nuestros recuerdos y costumbres, buscando mantener nuestro propio hábitat como muestra permanente de nuestras historias,
Manifestamos:
Es importante tomar conciencia que la limpieza debe ser erradicada de nuestras vidas por tratarse de un ente nefasto que ataca los rastros de nuestro paso por este mundo cambiante.
La suciedad admite infinitos matices y por eso permite almacenar información: la mancha del culo del vaso en la mesa, el dibujo sobre la pared, etc, etc.. Las cosas sucias son un álbum de recuerdos para aquellos que las sabemos leer.
La limpieza es mala. De aquí deviene esa obsesión de los asesinos por "limpiar la escena del crimen": la limpieza no muestra más que limpieza, mientras que si hubiera manchas de sangre, arrastrones, etc. sería posible reconstruir lo que pasó y determinar el autor del crimen. La limpieza es criminal.
La limpieza es única, por lo tanto inhibe la originalidad y la individualidad.
La limpieza es “la nada”, es el cero.
La limpieza es demasiado efímera. Apenas se termina de limpiar, todo comienza a ensuciarse.
Alertamos
Que es importante aclarar la diferencia entre la mugre que funciona como álbum de recuerdos y aquella que es sólo mugre.
Que esta diferencia es imposible de detectar sin la posibilidad de incurrir en un error y dado que uno sólo de estos errores puede tener consecuencias tan catastróficas como la destrucción de un recuerdo,
Recomendamos
No eliminar suciedad alguna,
E invitamos
A todos aquellos que lo deseen, a que hagan suyo este Manifiesto.
Este manifiesto está desde entonces, pulcramente enmarcado colgado en la pared derecha del club. Muchos se aprovechan de este manifiesto y de las claras ideas de estos vanguardistas para su propio beneficio. No es el caso de quien relata esta historia, que suscribe a estas ideas con convicción. Algunos dicen que soy un mugriento y un abandonado. También hay quienes entienden.
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