miércoles, 19 de junio de 2013

LA LITERATURA NO ES COSA DE BROMA - Por Ernesto Sábato


En estos países se confunde seriedad con hueca solemnidad: la solemnidad de las vacas. Una vaca que aquí tuviese la suerte (o la desgracia) de nacer con cuerpo de hombre, sin más que mantener ese silencio vacuno y esa solemne mirada del rumiante, llegaría seguramente a académico ya ministro.
De modo que cuando digo que la literatura grande es necesariamente seria, no me estoy refiriendo a esa correcta apariencia funeraria que caracteriza a los figurones criollos. Hablo de otra cosa. Serio por supuesto, es Tolstoi, pero también lo es Moliére en sus lavativas gigantes y Gombrowicz en Ferdydurke. No nos engañemos, en efecto, con los palos que llueven sobre el Quijote y hasta sobre el pintoresco Sancho: en cuanto nos descuidamos tenemos lágrimas en los ojos. También Puchkin,  cuando oía aquellas comiquísimas historias de Mogol, entre carcajadas equívocas decía: “¡Dios mío, qué triste es Rusia!”. Queriendo significar, naturalmente, qué triste es el hombre en general y qué espantoso es su tránsito sobre la tierra.
Literatura seria, pues, es la descripción de la tragicómica dualidad de la criatura humana; esa tragicomedia que resulta de su doble condición de sapo y ángel; esa grotesca (pero patética) dualidad que lo hace hablar de eternidad cuando todos sabemos que viviremos alrededor de sesenta años; esa estúpida (pero heroica) dualidad que lo lleva a ocuparse del absoluto y de las ideas puras cuando está perfectamente comprobado que terminará convertido en una inmunda pasta hirviente de gusanos.
Literatura para divertirse, en cambio, es la mayor parte de las novelas de terror, la totalidad de las novelas policiales, buena porción de la literatura fantástica y una considerable cantidad de páginas de James Joyce. No digo que sea de mala calidad, que necesariamente sea nefasta ni que sea de fácil obtención; quiero decir que no es gran literatura, aunque a veces alcance a ser genial.
En suma, llamo gran literatura a la que se propone la investigación de la condición humana. Y casi diría a la investigación feroz, pues la ausencia de ferocidad me hace dudar sobre el auténtico propósito de ese investigador. Ya que a un hombre que no se plantee ese problema con indignación, un escritor que no esté impulsado por una despiadada furia contra Dios o contra la Nada, es muy improbable que tenga posibilidades (o ganas) de atravesar el abismo.

(De “Heterodoxia”, 1951)

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