miércoles, 19 de junio de 2013

Un gran demócrata: Félix Frías De “El alma Argentina”, de Tomás Estrada


En el año 1857, un grupo de diputados propuso en las cámaras de la Provincia de Buenos Aires, un proyecto de ley declarando a Rosas, en su primer artículo, reo de lesa patria, y autorizando al estado en el segundo, a la confiscación de sus bienes.
Sólo una voz se opuso a este proyecto, y no fue la de un partidario de Rosas, sino la de un hombre que siempre lo había combatido con la espada, la pluma y la palabra; la voz de un hombre que había visto traer de Santiago del estero ya pie, a dos venerables sacerdotes, tíos suyos, para fusilarlos en Santos Lugares, por el crimen de no haber querido colocar en la iglesia el retrato del tirano; la voz de un hombre que sufrió las penurias de la emigración, como toda su familia, dispersa por la Banda Oriental y el Brasil, por el delito de ser unitarios; pero era también la voz de un hombre que supo acallar el grito de sus pasiones cuando el interés de la patria lo exigía.
Nos referimos a don Félix Frías, que a pesar de todos los amargos recuerdos que tenía de la siniestra época rosista, con generosa nobleza y serenidad de espíritu, en un memorable discurso abogó, por el bien del país, para que tal proyecto no se convirtiera en ley.
-Rosas dijo, entre otras cosas- está condenado por la conciencia pública. Condenar a Rosas es inútil, si el odio no pasa de él, y será funesto si va más lejos. Votaré contra todas las leyes de carácter político cuyo espíritu tienda, como la presente, a renovar recuerdos y a encender pasiones, que en el interés de la tranquilidad pública deben calmarse. Y si lo que contiene el segundo artículo del mismo proyecto es la confiscación, no merece el honor de ser refutado en un país constitucional. Hay otros medios legales para evitar que los intereses privados y los del Estado sean sacrificados. No todo es permitido contra los tiranos: No se puede imitarlos…”
Hay que confesare que sólo el acendrado patriotismo y la magnanimidad de corazón son capaces de llevar tales palabras a los labios que tanta queja habían tenido que exhalar contra el déspota argentino, y hacerlas pronunciar con tan vigorosa energía.

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