Este junio, poco más o menos tan frío y oscuro como cualquier otro en Balcarce, una buena parte de los vecinos coincidimos en un ambiente iluminado, cálido, enriquecido por actividades dirigidas, dicho sin exageración, a todos los gustos. Actividades de muy buen nivel y muchas de ellas dignas de calificarse como excelentes.
Evocamos jornadas con igual y aún mayor convocatoria. Desde las lejanas noches de los festivales del canto eran en verano y el recuerdo siempre las acerca-, fiestas de las colectividades, celebraciones deportivas en el autódromo o alrededor de la pirámide de nuestra plaza mayor, los cierres de escrutinio de esa gran fiesta de las últimas décadas, cuando el pueblo renueva autoridades, los distintos encuentros de los grupos tradicionalistas que nos recuerdan de dónde venimos, las muestras del campo y hasta la que puede parecer menos espiritual hasta que probamos-, cuando se da en torno de los postres, que también han pasado a evidenciar una de las tantas maneras en que se despliega la creatividad de una comunidad en permanente crecimiento.
Todas ellas y muchas otras, aunque no haya alrededor tanto público visible, nos van descubriendo cuánta vida hay en este Balcarce que otras veces, empeñado en lo diario imprescindible, parece apagado y hasta un poco triste, si la calma de los laboriosos se confundiera, injustamente, con algo parecido a la tristeza. Más que eso, cada una de esas actividades que hacen la pequeña historia grande para sus protagonistas- revela en su momento el anhelo de algo más, algo mejor. Pone al descubierto, descorre la apariencia de conformismo que necesariamente mueve los mecanismos de lo cotidiano. Muestra una comunidad que tiene sueños y es capaz de recorrer el trayecto, siempre lleno de dificultades, para realizarlos.
EL GRAN PROTAGONISTA
Esta vez, un poco de todo eso y algo más, se unió en cuatro jornadas alrededor de un objeto que entre nosotros parece engañosamente olvidado, o por lo menos relegado al desván de los rezagos perimidos. El convocante fue el libro, nada menos que el libro. El libro, molesto recolector de polvo en las estanterías de algunos hogares donde ha sobrevivido. El libro, mirado en muchos casos como usurpador de sitios que se prevén para otros fines. El libro, que en algunas bibliotecas nos ha tocado abrir a cortapapeles, después de cuarenta, cincuenta o cien años de editado, sufriente de goteras y traslados, ilustre desconocido de catálogos e inventarios, mendigo en mesas de oferta y hasta regalado a veces porque no se sabe qué hacer con él. El libro, nada menos que el libro, fue el protagonista. El libro pleno de aventuras y maravillas, el libro donde las ideas esperan despertar en una nueva conciencia, el libro que nos anticipa los errores que estamos a punto de cometer o nos da el porqué de tantos hechos que el conocimiento inmediato de las cosas no alcanza a explicarnos. El libro donde se han enredado las más oscuras disquisiciones, y con el cual los espíritus más selectos de la humanidad han iluminado rumbos… El libro, en fin, del que tantas cosas podrían decirse, que muchos libros no alcanzarían para contenerlas.
UNA CONQUISTA
Esa fiesta tuvimos, estos cuatro días de junio. Hay que contarla como una conquista más, enlazada a las anteriores. Una fiesta que no fue para todos, o mejor dicho, a la que todos, de hecho invitados sin restricción, aún no asistieron. Una fiesta que se desplegó desde afuera y desde adentro. Desde afuera, con el aporte de los expositores y disertantes, y desde adentro, con la participación activa de los balcarceños que algo tenían que mostrar o decir, y así lo hicieron.
Cómo no disfrutar, aunque más no sea por liberar nuestra curiosidad, de un stand a otro, de una tapa humilde a otra ostentosa, sabiendo que detrás de ellas vienen las páginas cuyo valor no siempre casi nunca- coincide con la vestimenta, con el aspecto externo, igual a lo que suele pasar con las personas. Porque, ¿qué es el libro sino el intento de expresar el espíritu que lo creó?
Cómo no enorgullecernos por el trabajo de nuestros científicos, sea del conocimiento del suelo que nos alimenta o de esa criatura de otra especie capaz de producir leche maternizada.
Cómo no valorar la presencia de pedagogos y educadores, cómo no acompañar ese aplauso fervoroso que cerró una charla, un aporte a la construcción del futuro.
Cómo no emocionarnos de que este Balcarce nuestro haya brindado un espacio con sus propios escritores, bien nutrido, bien variado, donde los mismos creadores ofrecieron sus obras, la página de un diario, el señalador con sus palabras y, por supuesto, la esperanza de sus libros. Un espacio que ya, felizmente, quedó chico.
Hubo momentos en que la fiesta pareció desbordada, invadida por una multitud de niños, hasta que madres y abuelas los envolvieron en la magia de sus cuentos.
CONSTRUIR ENTRE TODOS
De pocas cosas mantiene uno la seguridad cuando ha vivido lo suficiente. La frase es un lugar común y alguien podrá agregar sin equivocarse que son precisamente esas pocas cosas las que alimentan la dignidad de la vida. Y otro acertará al observar que las tales no son sólo cosas, objetos, como no lo es el libro si encuentra el refugio comprensivo de su lector, el que importa cuando lo abre a la comunicación, aunque las cifras digan que es uno más entre millones. Y así otros podrán añadir mucho más y contribuir a una construcción colectiva de la realidad, eso que en abstracto se entiende como civilización.
De igual manera, sin desmerecer a los impulsores de una iniciativa muy acertada, esta fiesta de cuatro días puede enriquecerse año tras año, si los balcarceños comprendemos al fin cómo hacerlo: la continuidad, con la experiencia reconocida de cuánto perdimos por no sostenerlo en el tiempo, y la participación sin exclusiones, cada vez más amplia y profunda, hasta lograr que ésta sea de verdad la fiesta de todos.
Las XII Jornadas del Libro en Balcarce son el resultado de una década de esfuerzos e intentos. Ésta brilló, heredera de las anteriores, con una relevancia que merece destacarse. Ojalá la recordemos siempre como un hito de logros cada vez mejores.
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