Llegaron diga usted el día miércoles a eso de las nueve de la mañana y parquearon frente a la casa de Marujita Nieto un microbús que se abría por los lados y quedaba como una casita lo más bonita.
Sacaron mesitas y asientos y nos sonreían a los niños que nos amontonábamos a mirarlos. Después armaron un andamio a la orilla del caño del río Salitre y pusieron encima las cámaras fotográficas, los filmadores y los reflectores y esperaron la salida de las ratas. En este barrio, a la orilla del caño, hay ratas de todos los colores, pero con el ruido de la multitud, curiosa e impertinente, ninguna se atrevía a salir. Entonces en jerigonza le dijeron al muchacho que les hacía de guía e intérprete, que nos pidiera el favor de corrernos más para allacito que los señores vinieron desde el otro lado del mundo a tomarles fotos a las ratas amarillas, azules, rojas, verdes y moradas que se crían entre estos caños de aguas negras, entre la basura y el cieno de albañal de estos barrios, “por favor aléjense, señores agentes de policía ¿por qué no colaboran con la
ciencia y ayudan a que la gente se mueva un poquito y que hagan algo de silencio? Eso sí, gracias, más para allacito, gracias.”
Pero las ratas tampoco salían. Entonces sacaron los panes, el queso, los bizcochos y el jamón y los pusieron a la orilla del caño, en la boca de las troneras con que las ratas habían acribillado el terraplén de tierra del canal. El aire se llenó como de una nube de olores nunca antes imaginados, un aroma que nos revolvía las tripas y nos hacía tragar baba y cómo sería que hasta los policías se relamían con los ojos así de grandes y cuando un niño se bajó corriendo y agarró un bizcocho, fue como si la multitud se hubiera puesto de acuerdo en que no me joda, cómo vamos a darles a las ratas eso tan rico y en la bajada tambaleó el andamio y al agua llena de mierda fueron a parar los místeres con cámaras y luces. Los policías se hicieron los de la vista gorda cuando le caímos al microbús y sacamos todos esos quintales de comida que nunca podemos comer. Ese mismo miércoles se fueron diga usted a las doce, refunfuñando y envueltos en la pestilencia de las aguas negras, quejándose de que con razón en este país no progresa la ciencia.
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