jueves, 20 de junio de 2013

CONTATE UN CUENTO V - GANADOR CATEGORÍA C - Por Lucia Aranaga


OLEG Y EL DOMOVOI
Alumna de 5º año de Escuela de Educación Secundaria Nº 3 “Carmelo Sánchez”
   
Mamá Anya había dado una orden por lo que Oleg se levantó de su banco y corrió hacia fuera de la casa. Lo único que debía hacer era tomar el jarrón que se encontraba afuera y venderlo en el mercado, pero había un problema: halló dos. Por miedo a equivocarse de jarrón tomó ambos y se fue al mercado. Por cada uno  obtendría  3 rublos y con esto debía comprar pan suficiente para la cena de varios días.
   Al volver notó que algo andaba mal. De repente la mitad de las cosas que se necesitaban se habían perdido, los animales estaban sueltos y el espantapájaros del jardín dormía en los pastizales  por lo que los pájaros se comían los cultivos. Mientras mamá Anya se enojaba con una gallina que picoteaba migas dentro de la casa, la abuela Helen llamaba al Domovoi. ¡El Domovoi! ¡Era increíble que la abuela siguiera creyendo en eso! A Oleg le parecía ridícula la idea de que un espíritu de sus antepasados cuidara la casa como si fuera un gnomo o un perro guardián. Aún así la abuela Helen, que era muy vieja e inteligente sabía que el Domovoi del hogar, por alguna razón, ya no estaba. En medio del descontrol Yákov, el padre y dueño de la casa, llegaba de su trabajo. Al ver el gran desastre desatado, con mucha prisa salió al jardín a llamar al Domovoi, temiendo que éste se pudiera haber marchado luego de haber peleado con otro Domovoi vecino. Mientras todos corrían llamando al protector, Oleg sólo pensaba en lo rico que se veía el pan de la cena y a qué hora iban a comer. Pero si  mamá Anya buscaba al Domovoi, nadie cocinaría y por lo tanto Oleg no podría comer el pan por lo que se propuso ayudar a buscar el ser inexistente esperando que se cansaran y al fin pudieran hacer la cena.
De nada sirvió buscar en el granero, entre los caballos, en los cultivos, hablar con cada planta, cada herramienta y cada vecino sobre el  Domovoi perdido. Oleg no estaba seguro ni siquiera de cómo era por lo que le preguntó a su abuela sobre la forma física del espíritu. Según Helen, la última vez que lo vio fue antes de que falleciera el abuelo, ya que sólo así se presentaba en su verdadera forma. Era un hombre, con manos peludas y larga barba, que reía como un niño y lloraba casi un río cuando estaba triste, pero sólo sucedía si alguien enfermaba o alguien estaba por morir. El resto de las veces tomaba forma de objetos cotidianos que le llamaran la atención, a veces sólo para hacer bromas o jugar, o de animales como gatos o pájaros, pero siempre estaba dentro de la casa o en sus alrededores por lo que si aparecía un animal de la nada y luego desaparecía seguramente era él disfrazado. Ahora Oleg sospechaba hasta del tapete de la entrada, por lo que lo miró fijo un largo rato esperando a que se moviera, pero era sólo un tapete.
Llegó la hora de la cena y mamá Anya notó la  gran cantidad de pan que había. Inmediatamente   le preguntó a Oleg cómo había obtenido tanto por sólo 3 rublos. Sobre la mesa había  el doble de lo que había comprado la última vez. Entonces Oleg admitió que había vendido 2 jarrones idénticos en el mercado. Mamá Anya ,quien se había quedado sorprendida, aseguró que no había dos  jarrones cuando ella salió. Oleg abrió grandes los ojos y recordando lo que su abuela le había dicho, corrió hacia el mercado con sus ahorros, esperando volver antes que su mamá se diera cuenta de lo que había hecho. Buscó por todas partes al comprador de los jarrones, el dueño de un bazar de objetos, quien le aseguró que había vendido ambos jarrones al zapatero que vivía a 3 kilómetros del mercado. Fue a la casa del zapatero y éste admitió haber comprado ambos jarrones, no obstante uno se los regaló  a su prima y otro a la vecina. Fue a la casa de ésta pero había roto el jarrón cuando perseguía a su mascota por la casa, así que sólo quedaba un jarrón: el Domovoi. Emprendió camino hacia la casa de la prima del zapatero y le pidió por favor ver el jarrón que le habían regalado y le explicó la situación.Asombrada, la mujer, fue en busca del jarrón, al cual había adornado con hermosas rosas, pero de él no se hallaban rastros, más que las flores desparramadas y un poco de agua. Era ya muy tarde, el Domovoi había cambiado de forma. Oleg decidió entonces volver a su casa, cansado de caminar y sin el Domovoi. De ahora en más a su familia sólo le esperaban desgracias y seguramente no había forma de que la situación mejorara. Saludó a la prima del zapatero y emprendió rumbo a su hogar.
   Ya era muy tarde para estar solo y no había quien lo cuidara, por lo que tuvo que apurar el paso y lo único que consiguió fue tropezar con una piedra y caer boca abajo. Oleg intentó levantarse, sin éxito, casi llorando por el golpe; y con angustia porque las cosas no le estaban saliendo muy bien gritó con fuerza ¿Por qué me abandonaste Domovoi? ¡Vuelve a casa!
   Estaba enojado y muy preocupado. Tenía miedo de llegar a destino, entonces, se sentó en la calle y vio que un gato  caminaba delante de él. Se le acercó haciéndole  caricias y  mordiéndole los cordones de las zapatillas porque tenía mucha hambre. Oleg se compadeció del pobre gato, así que lo levantó en brazos y decidió llevarlo a su hogar, tal vez así los ratones  que el Domovoi espantaba estuvieran controlados.
   Una vez en  su hogar, fue por un poco de comida para su nuevo amigo y la colocó en un platón grande en el patio. El gato comió muy bien. Mientras tanto mamá Anya seguía luchando con la gallina y Yákov despertaba al espantapájaros dormilón, que sólo daba vueltas muy cómodo . Oleg pensaba que pronto habría que acostumbrarse a esa imagen de desorden.
   En eso, desde el granero se escuchó un ruido muy extraño, por lo que Oleg, seguido de su nuevo amigo, decidió investigar. Al llegar encontró a uno de los caballos en el suelo, casi como si estuviera muy enfermo. Oleg entró en pánico y se quedó inmóvil ya que una ráfaga de viento corrió de repente por el granero levantando todo lo que se encontraba en el suelo y dejando casi sin ver a Oleg lo que ocurría: el gato desapareció para darle lugar a un anciano de larga barba y sonriente que atendió al caballo rápidamente y éste, sano, se levantó y comenzó a caminar casi como si nada hubiera pasado. Oleg sólo podía sonreír ante lo que sucedió, era para él inexplicable.
   Esa misma noche, para la hora de la cena, todo comenzaba a estar bien. Las cosas antes perdidas volvían a su lugar, los animales a sus corrales, el espantapájaros bien despierto y ahuyentando a cualquier bicho que se presentara y la familia tranquila disfrutaba de la cena.
   La abuela Helen, que supo todo el tiempo lo que había ocurrido, golpeó a Oleg con su bastón y sonriéndole le dijo:
   -¿Ahora lo ves, Oleg? El espíritu del hogar, sólo puede perderse, pero nunca se va.

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