jueves, 20 de junio de 2013

El valle de los huesos secos Por Ezequiel Feito

I

Estoy vencido, no puedo contemplarme;
ni tengo sombra ni recuerdo en este valle
de huesos secos.
Sin un espasmo de cordura
soy llevado por todas las tormentas
y agitado por los pensamientos más banales.
¿Qué podré decir de mí cuando mis palabras
son polvo seco?
Polvo seco en mis mandíbulas atadas por la hierba.
¿Quién amará ahora nuestra imagen corrompida
que juega en los charcos dejados por el agua?
¿Quién tendrá piedad de lo que queda de nosotros
para redimir esta vanidad, el egoísmo de éste sólo cadáver
entre miles de huesos que han pasado de lo humano
!a lo grotesco?

II

Aquí vivo, donde la niebla es asesinada
por las rápidas cuchilladas del sol
donde existe una sutil penumbra
que no es cielo, ni tierra ni agua.

Cada día tejo mi telaraña
como queriendo capturar al sol esquivo
y devorar su luz para renacer mi carne,
para poder resucitar las fuentes claras de mis ojos
y dar mi corazón a los hambrientos.

III

¿De qué te sirve esta vida, hombre de paja;
hombre seco, que tejes tu telaraña en tus secos huesos
mientras devoras el polvo de tus palabras?
Vano es en ti todo pensamiento, aún el más piadoso.

No te fatigues y duerme con tu sombra como abrigo
y espera. No está lejos
aquel que debe redimirnos.

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