El milagro
Alumno de 4º año de Escuela de Educación Secundaria Nº 3 “Carmelo Sánchez”
Nacho me miró, lo miré y me hizo una seña como diciéndome: “Lo tiro yo”, a lo cual asentí .Con el viento en contra y el cansancio acumulados de todos, me pareció ideal, el todavía tenía un resto.
Me erguí, Nacho acomodó la pelota en el triángulo pintado con cal, al lado del banderín de corner. Después de tanto amagar el cielo rompió a llover, lo cual agradecí enormemente, por lo pesado que estaba el día, y porque no hay nada más hermoso que jugar al fútbol bajo la lluvia.
Al lado mío estaba Lucio, que seguramente iría a buscar el cabezazo al área, y un poco más atrás Julián, ése que podríamos llamar nuestro jugador “habilidoso”, rápido y con una derecha prodigiosa, pero ojo, también solidario en el juego y una gran persona. Esperaba el rebote en las puertas del área.
Amigos, eso éramos, amigos nada más, siempre habíamos tenido las de perder, y muchas veces así resultaba finalmente, pero no hay nada más lindo que jugar con tus amigos al deporte de tus amores, bueno quizás jugar en la lluvia.
El árbitro hizo sonar el silbato y con un esfuerzo enorme Nacho mandó la pelota al área. El centro se cerró un poco y fui al encuentro de la pelota desenfrenadamente; cuando estuvo a poco más de medio metro salté lo más alto que pude, llegué a sentir el viento que con ella traía, pero justo en ese momento el 2 de ellos me anticipó y logró rechazar. Caí, mi corazón se sintió destrozado por un segundo, no podía explicar cómo habíamos aguantado ese partido sin que nos metieran un gol. Nuestros contrincantes jugaban como los dioses, y ahora dejaba pasar esta oportunidad celestial de ganar el partido. No, no podía ser, simplemente no podía ser, la mayor de las injusticias, pensé.
Pero, paré, me levanté, miré atrás, estaba Fede , aunque yo ni siquiera me había percatado de su presencia, esperando la pelota rechazada por su defensor. Nunca fue un tipo de hacer goles y distaba mucho de ser habilidoso, pero sabe Dios por qué se encontraba en ese momento tan crucial e importante, en ese lugar, con la oportunidad de cambiar el curso de las cosas. La pelota se acercó a él casi en cámara lenta. Se acomodó, para tomarla bien de derecha. La empalmó con la totalidad del pie, con lo que se dice el “empeine” y majestuosamente salió disparada en dirección al arco rival, y en lo que me parecieron siglos, la misma viajó a través de los jugadores que se encontraban en el área, elevándose a cada paso, surcando el viento sin que nada la inmute. Esbocé una sonrisa. La pelota, esa hermosa circunferencia perfecta que causa alegrías con sólo tenerla entre los pies, se colocó en el segundo palo del arquero, impactó el palo con fiereza descomunal y por último infló la red del arco. Esta será una de las imágenes más hermosas que me llevo de esta vida. Corrimos a abrazarlo, decir que a algunos se les caían las lagrimas era poco, casi todos llorábamos. Lo levantamos entre todos. Dios existe pensé, y mientras la lluvia me hacía más y más pesada la ropa y me empapaba la cara grité: ¡Dios existe! Porque cosas tan maravillosas e improbables sólo pueden ser calificadas como un milagro.
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