Hace muchos años que Soguita vive una habitación de cuatro paredes. Dos de estas paredes, que son opuestas, están enamoradas. Parece que el romance comenzó un invierno lluvioso que Soguita colgó un cordel de pared a pared para secar la ropa. Vaya a saber que cosas intercambiaron estas paredes durante ese invierno.
Cuando llegó el verano, Soguita retiró el cordel y de ahí en más sólo podían mirarse, percibirse, pero estaban imposibilitadas de trasmitir emoción alguna. Intentaron comunicarse con manchas de humedad, pero el proceso era muy lento. Durante años sólo consiguieron decirse “sos mi sol”, “vos apartás las nubes de mi cielo” y algo que parecían ser lágrimas. Luego de un tiempo, las paredes enamoradas descubrieron cómo comunicarse mediante las paredes intermedias, que oficiaban de mensajeras. Aquí comenzó el quinielero a escuchar las conversaciones en el respaldar de su cama, que apoya en una de estas paredes de tránsito.
Ambas paredes nacieron el mismo día con diferencia de apenas una hilada; ambas de igual material y producidas por las manos del mismo albañil: las dos parecían ser la misma cosa y es difícil creer que tuvieran algo para decirse. A través de las escuchas, Soguita descubrió que eran muy distintas; una pared daba al norte y la otra al sur, lo cual fue la impronta de sus vidas. La pared sur sabía de sol, de visitas en su ventana, de veranos, de inviernos. Los días de la pared norte eran opacos; ella sabía de humedad, de musgos y de caracoles babosos; todas cosas deslumbrantes para su amada pared sur.
En un principio el quinielero pensó que las conversaciones que escuchaba pasar por el respaldar de su cama eran producto de la ginebra, pero no: con vino o con gancia percibía las mismas charlas. Pensó entonces en dejar la bebida, pero no encontró razón para hacerlo; pues disfrutaba tanto de tomar como de las conversaciones entre sus paredes. Cuando le contó a sus amigos sobre las conversaciones que escuchaba, los muchachos del Alas no dudaron un instante y se pusieron a trabajar. Si, a trabajar.
En sólo dos días y 6 asados, los muchachos demolieron dos paredes, identificaron cada ladrillo de Norte y la reconstruyeron en esquina con Sur. La noche que terminaron la obra, tiraron colchones al piso y se quedaron todos a dormir en la pieza de Soguita, ansiosos por escuchar la conversación entre Norte y Sur. Para mejorar sus cualidades perceptivas se aplicaron generosas dosis de ginebra, gancia y vino El Zaragozano.
La charla entre paredes se inició a medianoche. Sabés una cosa, ya no me interesás, estoy enamorada de Oeste. Esta todo bien, yo no sabía como decírtelo, pero estoy saliendo con Este.
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