Mi amigo Carlos Fader me contó esta historia que tuvo lugar en Capilla de Sitón.
Resulta que ese pequeño pueblito del departamento de Totoral se había quedado sin políticos y nadie quería ser candidato a jefe comunal. El senador y el presidente del partido ya se habían cansado de recorrer los ranchos y recibir las negaciones. Estaban por emprender el regreso y asumir su derrota cuando encontraron, bajo la sombra de un
mistol, al que a esas alturas se les antojó como el mejor candidato: el Froilán, inimputable personaje que se había convertido en un detalle más en el paisaje lugareño, un símbolo de la tranquila vida de pueblo y de la supervivencia a base del descanso y trago, trago y descanso.
Lo despertaron de su siesta, lo bañaron, lo peinaron, lo metieron dentro de un traje ajustado, le cerraron la camisa hasta el cuello y hasta le pusieron una corbata y unos zapatos lustrados con exageración. Así transformado, lo llevaron al acto patrio de la escuela, donde lo presentarían en sociedad como el candidato “ideal” de Capilla de Sitón. Lo sentaron en una mesa junto a las autoridades educativas y le sirvieron
chocolate caliente, líquido al que miró con desconfianza hasta que el senador le ordenó:
Hay que tomarlo, hombre. Primera lección para ser buen político: acepte de gusto todo lo que le conviden.
Froilán tomó sin respirar. La “señorita” directora estaba en lo mejor de su discurso cuando irrumpe en el salón un cuatrero que hacía rato buscaba la Policía. Transpirado,
miraba para todos lados, como buscando ruta para seguir su escape. Se entretuvo más de la cuenta, el cabo Vázquez le dio alcance y lo detuvo con un tackle.
El presidente del partido aprovechó la confusión y, mientras reducían al delincuente entre tres agentes, señaló:
Brillante y oportuno ejemplo para nuestros educandos, un delincuente, cuatrero y pendenciero como éste, detenido frente a todos los alumnos, en tan doméstico acto público.
Cierto, muy cierto se sumó el senador. Y para dar pie al nuevo candidato y completar la presencia discursiva de los políticos presentes, agregó:
Este delincuente merece un castigo ejemplar, ¿qué sugiere usted para el caso Froilán?
El aludido se asustó al principio, abrió sus ojos como el dos de oro y tomó aire para contestar. El tiempo que tardó sirvió para insertar suspenso y ansiedad en los presentes. El cuatrero miró la atención que había puesto el auditorio y tembló ante la posibilidad de un castigo insoportable. Y entonces Froilán emitió la célebre frase que aún se utiliza en la región.
Bañenlón, peinenlón y denle chocolate caliente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario