jueves, 20 de junio de 2013

Qué son los demagogos Del libro para 6º grado “Crisol Nativo”, año 1960

Cuando en un país no se gobierna de acuerdo con los deseos y necesidades del pueblo; cuando el hambre hace presa de muchos, y los obreros, que forman una parte importante de la nación, no son retribuidos en su trabajo como se merecen; cuando impera el fraude electoral y los caudillos se apoderan del poder, burlando la soberanía popular; cuando falta lo indispensable en los hospitales y demás instituciones públicas; cuando la justicia es ejercida por jueces ineptos, cuando se ha olvidado la historia, y la tradición duerme en los libros de las bibliotecas; cuando el comercio ha perdido la honradez y cada uno compra y vende procurando su enriquecimiento ilícito; cuando, en fin, los sagrados símbolos de la patria no se respetan y se los deja arrumbados en los rincones, el pueblo cae en el desaliento, se hace descreído, superficial. Es el momento más cruento de las naciones. Nada es estable y falta el respeto por la verdad. Entonces pueden aparecer, como presuntos salvadores, los llamados demagogos.
Aparentemente, el país vive en la democracia. Los niños van a la escuela; el periodismo sigue haciendo sus publicaciones, y los gobernantes continúan sus reuniones habituales. Pero… ¿Existe verdaderamente la democracia cuando se ha llegado a aquella situación?... Evidentemente no. Por eso, los falsos salvadores de la Patria creen que ha llegado el momento de empezar a actuar. Comienzan por asegurarse la aprobación y el apoyo al gobierno, y desde todos los lugares posibles, dan principio a su propaganda. Prometen, prometen, prometen. Utilizan la radiofonía, la prensa, los libros, el cine. El pueblo escucha, al principio un poco escéptico, porque nadie ha venido a dale lo que necesita. El demagogo lo sabe y por eso, insiste en ser el único, el primero que va a cumplir sus promesas. La necesidad popular, su hambre, su aspiración a la felicidad, lo hacen crédulo a ese pueblo. Y entonces se convierte en partidario del demagogo. Lo sigue en sus discursos, en sus jiras por toda la nación, en sus luchas. Naturalmente, el demagogo es un hombre hábil, que habla muy bien y que dice verdades, porque, justamente, lo que desea explotar es la necesidad verdadera que está padeciendo el pueblo. Y así, un día y otro día, con todo un mecanismo del estado a su disposición, logra convencer a miles y miles de ilusionados, de hombres sinceros y sanos, defraudados antes y esperanzados ahora ante la magia de las palabras y las promesas.
Después, el demagogo presenta su candidatura y lo eligen. Gana las elecciones y su triunfo llena de alegría a sus partidarios. Una vez instalado en el poder, cumple en parte lo prometido, pero, a poco, va dejando entrever su falsía. Se apodera de una parte de la ciudadanía, la enardece, la ciega y la lanza contra la otra parte, a fin de que, dividido el pueblo, le sea más fácil dominarlo sin sobresaltos ni peligros. No pasa mucho tiempo sin que se advierta que su armazón de mentiras tiene una base de arena. La vida sigue siendo difícil; las conquistas no se alcanzan; se forma una clase de nuevos ricos que giran alrededor del demagogo y se aprovechan de su tolerancia; las instituciones declinan en su importancia; la justicia responde sólo a los mandatos del partido gobernante; la enseñanza se impone en el sentido de una doctrina que no es la tradicional; se debilita la oposición, a la que se persigue y encarcela. Todo el cúmulo de promesas para todos se cumple para unos pocos, los adictos. A los demás, negación de derechos.
Aquel demagogo que encontró un pueblo decepcionado y fácil de convencer, ha creado un gobierno para él y sus partidarios. La nación existe sólo para ellos. Y otra vez la democracia ha sufrido nuevos retrocesos. Día a día se la castiga más y, de pronto, invocando la democracia a cada instante, se cae en la dictadura. He aquí un proceso… ¿De quién es la culpa? De muchos, indudablemente.
¿Puede evitarse en la República Argentina la aparición de los demagogos?... ¡Claro que se puede!... Pero para ello será preciso contar con la colaboración de todos los sectores: intelectuales, obreros, etc. Cumpliendo cada uno con su deber y haciéndose apto cada día para cumplir con los postulados de la auténtica representación popular, de oponerse a quienes pretenden erigirse como demagogos.

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