Encerrada de noche, en cierta estancia,
una lámpara ardía,
juzgándose, en su orgullo, más fulgente
que las estrellas mismas,
en tanto que humeante y sudoroso,
un robusto tizón de añosa encina,
en el hogar, gimiendo,
sin poderse inflamar, se consumía.
-«¿Qué hiciste, viejo tronco, de tu gloria?-
clamaba aquella con burlona risa; -
»¿por qué están apagados
»tus resplandores hoy? ¿Cómo no brillas?»-
El amargo silencio
fue la respuesta de la pobre encina;
cuando, de pronto el viento,
que, con furor rugía,
penetró allí. La lámpara, su soplo
no puede resistir y al punto espira;
pero el tizón, entonces,
cobrando nueva vida;
aquella estancia oscura,
benigno alumbra con su luz rojiza.
Los menguados espíritus sucumben
al primer soplo de fugaz desdicha;
los grandes corazones,
como la noble encina,
se crecen al rigor de la tormenta,
y en las horas de prueba es cuando brillan.
figuras lietrarias de esta obra porfa
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