jueves, 20 de junio de 2013

Los tres mil pesos de Dorrego Por Carlos O. Bunge. Del libro para 6º grado “Crisol Nativo”, año 1960

Era el nefasto año de 1820, el año de agudísima crisis, revolucionaria más bien que política. En la provincia de Buenos Aires se cambiaba el gobierno con deplorable frecuencia. Como el gobernador, señor Ramos Mexía, era partidario del Directorio, el general Soler, enemigo del sistema, habíale depuesto, asimiento el mando. Retirose luego el nuevo gobernador al campamento de Luján, donde estableció su sede. Dejaba en Buenos Aires, como su lugarteniente, en el cargo de comandante general, al coronel don Manuel Dorrego. Y, para concluir con los unitarios, puso precio a las cabezas de los principales representantes del régimen dictatorial.
Entre ellos se encontraba el doctor Tagle, cuya persona se tasó en tres mil pesos. Espíritu inquieto y combatiente, habíase arriesgado a venir, de su voluntario ostracismo en el Uruguay, a la misma ciudad de Buenos Aires. Ocultábase en la casa de un amigo, el señor Marín. Su situación era harto peligrosa, pues podía ser reconocido y denunciado en cualquier momento hasta por la servidumbre. Además, agravábase esta situación por su personal y mortal enemistad con el coronel Dorrego,  a quien había insultado con la virulencia de las pasiones políticas de aquellos tiempos semibárbaros.
Como tenía una sorpresa trágica y fatal para su huésped, el señor Marín resolvió salvarle, dando un paso audaz y decisivo. Conocía a Dorrego y confiaba en su caballerosidad. Sin comunicar su proyecto al Dr. Tagle, fue a ver al comandante general, en el piso bajo del cabildo, donde se hallaba. Amigo de Dorrego, díjole medio en serio, medio en broma:
-Sé que estás en una apurada situación financiera y vengó a ofrecerte la oportunidad de ganar tres mil pesos.
En efecto, el dinero escaseaba a causa de las continuas revoluciones y violencias, y Dorrego contestó agradecido por el ofrecimiento; no disponía en aquel instante de un peso, ni propio ni del estado, para pagar a las tropas. El señor Marín le anunció entonces que tenía al Dr. Tagle en su casa. Dorrego se limitó a responder:
-Muy bien; esta noche iré a buscarlo.
Sin cambiar más razones, el señor Marín se retiró. Aunque tenía plena confianza en la lealtad de Dorrego, acerba duda se apoderó de su espíritu… ¿Y si el comandante general, llevado al mismo tiempo por su antagonismo político y por la necesidad de dinero, entregaba al general Soler la cabeza del Dr. Tagle?...
Los hombres más rectos sufrían momentos de ofuscación y, entonces, todos parecían ofuscados por la sangrienta lucha política.
De vuelta a su casa, el señor Marín se sentó a conversar y tomar mate con el Dr. Tagle. Estaba distraído y preocupado. Notándolo su huésped, le preguntó la causa de sus cavilaciones. No pudo callar por más tiempo el señor Marín, y le enteró de su diligencia. Pálido y tembloroso, el Dr. Tagle exclamó:
-Estoy perdido…
Quiso huir en aquel instante; pero como era su proyecto harto imprudente, el señor Marín le retuvo en su casa. Librado a la hidalguía de Dorrego, corría alguna posibilidad de salvarse; de otro modo su pérdida era segura.
No tuvieron tiempo para deliberar largamente, porque, apenas anochecido, presentóse el coronel Dorrego en la casa del señor Marín.
-¿Aquí está el Dr. Tagle? Dijo, y entró seguido de un ordenanza-
Más muerto que vivo, acudió el Dr. Tagle. Dorrego tomó su capote en manos del ordenanza y le dijo:
-Póngaselo…
El Dr. Tagle se lo pueso.
-Ahora sígame…
El Dr. Tagle lo siguió. En la puerta había dos caballos ensillados, el del coronel y el del ordenanza. Montando en el suyo, Dorrego dijo al Dr. Tagle:
-Monte a caballo y véngase conmigo.
Y el Dr. Tagle montó en el caballo del ordenanza, convencido de que le estaban esperando cuatro tiros. A galope tendido cruzaron la ciudad, de sur a norte. Cerrada ya la noche, llegaron al bajo de Palermo. En la orilla del río los esperaba una embarcación a vela, aparejada para partir.
-Embárquese y póngase a salvo en La Colonia ordenó Dorrego a su acompañante.
Conmovido por tanta grandeza de alma, el Dr. Tagle le advirtió:
-Yo he sido y soy su enemigo coronel.
-En el campo de batalla le contestó Dorrego- no hubiera vacilado en matarlo; aquí, doctor, sólo un mal caballero podría aprovecharse de haberlo hallado huído e indefenso.
El Dr. Tagle insistió:
-Pierde Ud., coronel, tres mil pesos que necesita.
Y el coronel Dorrego, notando de nuevo a caballo y despidiéndose, repuso con sencillez:
-Todo el oro del mundo no bastaría para comprar la lealtad de un militar argentino.

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