Hay dos árboles desnudos
en dos ciudades de tierra;
sobre sus ramas más grises
los gorriones se despiertan.
El sol pasea de a ratos
dando limosnas. La iglesia
parece un mudo castillo
rezando por sus almenas.
Un paredón, estrenando,
barbas de zinc cenicientas,
vigila con sus tres ojos
los niños blancos que juegan.
Cielo de julio. En su mástil
se duerme en gris la bandera
y el silencio barre el patio
para quedarse en la escuela.
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