La pintura Garsú corregía errores en papel y eliminaba manchas de birome, café con leche, vino y choripán, entre otras. La pintura tenía muchas aplicaciones; por ejemplo Soguita siempre llevaba un pañuelo embebido en pintura de nada, y en cuanto lo apuraba un uniformado, lo pasaba sobre sus anotaciones quinieleras e instantáneamente quedaba nada. Los pibes en la escuela boludeaban con la pintura y borraban los tallados de los bancos. Los pupitres quedaban impecables, todos iguales, todos con nada.
En el prospecto adjunto a la botellita de pintura de nada se detallaba cuidadosamente el modo de uso y alcances, previniendo expresamente que sólo podía utilizarse sobre tela o papel. Los problemas aparecieron cuando la gente comenzó a experimentar sobre otras superficies y objetos.
La pintura sólo tenía efectos sobre cosas inanimadas, pero por alguna extraña razón sí funcionó sobre la Sra. de Pilitegui, quien se borró las arrugas de la cara. Las arrugas desaparecieron, pero tuvieron marcárselas con fibra indeleble, porque en lugar de las arrugas quedó nada: era imposible saber si la Sra de Pilitegui estaba enojada, triste o sonriente.
Algunos sostenían haber conseguido aplicar la pintura sobre recuerdos. No los tapaba por completo, pero diluía amores a anécdotas, anécdotas a imágenes e imágenes a nada.
La pintura nos mostró una verdad inapelable: cualquier cosa que analicemos está bien para alguien y mal para otro. Así, Otro tomaba pintura y la cubría con nada. Algo que para nosotros está espectacular sin duda es considerado un error para otro. El banquito pedorro que hicimos con nuestras manos, será un valioso tesoro para nosotros, pero un error -una porquería- para un garca de traje. El nombre tallado en el pupitre era valioso para alguien, pero una inmundicia para la directora, quien lo tapó con nada. El precioso valiant de Marmorato era considerado una porquería por el Dr Pilitegui, que en un acto de crueldad infinita lo convirtió en nada mientras los muchachos estaban en un partido de la liga infantil.
Los muchachos del Alas no utilizaban mucho la pintura porque están bien orgullosos de sus errores; pero es honesto reconocer que algunas veces salieron con tachos de pintura de nada e hicieron alguna macanita. No dejaron ni una placa de bronce en las paredes del pueblo y en respuesta al acto de Pilitegui, le borraron la puerta de la caja fuerte y los picaportes de su Mercedes Benz.
Como todo es un error para alguien, la nada se fue apoderando de todo. Una nada sin alma, que se propagaba a través de gente común -ni mala ni buena- que oficiaba de vectores. De a poco sólo quedó nada. Todos vivíamos deambulando por la nada. Nada pasaba y nada podía pasar. Algo más monstruoso aún: mucha gente se sentía tranquila y segura en este estado.
Garsú advirtió la cagada que se había mandado. Utilizó la pintura de nada que le quedaba para borrar todas las anotaciones que pudieran ayudar a reproducirla y pintó todo el equipo de producción de la pintura. Borró así todo vestigio de la pintura de nada, que quedó reducida a nada. Restaba la tarea más formidable, la más heroica nunca realizada: obtener algo de la nada. Garsú trabajó incansablemente en la búsqueda de un antídoto, una pintura que removiera la pintura de nada y dejara lo original. Por suerte funcionó y volvieron a nuestras vidas las cosas, cosas que son bellas y necesarias para nosotros y consideradas errores por otros.
En un principio, tal vez medio pirado por el esfuerzo, Garsú se instituyó como un diosito y comenzó a aplicar su removedor de nada sólo donde él quería. Les cuento que Balcarce, visto con ojos de muchacho del Alas estaba precioso, pero los mismos muchachos lo convencieron para que dejara todo como estaba antes de su invención. Tranquilo y descansado, Garsú admitió que la filosofía del liquid paper no es tan mala: tapa, pero lo original queda. Aquello que surgió de nuestra primera intención permanecerá allí abajo, aletargado, esperando que algún revisionista raspe prolijo lo evidente para que aflore lo subyacente; mostrando que lo desechado no estaba tan mal; que hay errores bellísimos; que muchos errores nos llevaron por caminos que nunca se nos hubiera ocurrido transitar con la razón y la experiencia; que los hemos tapado precisamente por eso, porque no acuerdan con la razón: son dislates que no podríamos explicar. Muchas cosas que en su momento consideramos errores, hoy forman parte de nuestros aciertos. Descubrimos también que la mejor decisión no siempre es aquella que se puede justificar con la razón. Eso sólo sirve para tener alguien o algo a quien culpar si todo sale mal, pero no es suficiente; y nos priva del abanico de decisiones irracionales, de las contrainductivas, de las pasionales, de las locas, de todas estas que nos sacan de la autopista para hacernos felices. ¡Aguanten los errores! ¡Aguante fallar!
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