I
Don Juan, el zorro, iba en aquel crepúsculo al tranquito, como haciendo lugar a que legara la noche, su muy amiga, amparadora de sus aventuras. ¡Bien recordaba él su hartazgo de la noche anterior: seis tiernos pollitos y una sabrosa gallina!
-¡Alto ahí! rugió alguien imperativamente. De un salto, Don Juan refugiose entre unas matas y atisbó: era Lex quien gritara, Lex, el guardián del gallinero por él asaltado.
- Acérquese Don Juan prosiguió el mastín;- tengo que hablarlo.
Don Juan, receloso, fue acercándose.
- Oiga, Don Juan. Usted se llevó ayer del gallinero seis pollos y una gallina; ¡y eso no está bien!
-¡Hermano! ¿Qué me dice?- se aventuró a protestar el zorro.
-No venga con rodeos; bien sabe usted que es así; y eso está muy mal, ¡pero muy mal! recalcó el otro ya encolerizado.- ¡Es usted un asesino! Y como asesino merece…
El zorro no quería, ni en broma, que le mentaran la pena que se merecían sus raptos nocherniegos; lo interrumpió:
-Un momento, hermano…
-¡No y no! Ladró el otro;- ¡no y no! Ni oírle quiero; sé que vendrá con razones y más razones, como acostumbra, pero este es asunto concluido. Usted no se llega más aquí, porque si no… ¡En fin, que le voy a apretar el gaznate! concluyó el celoso can.
El zorro era viejo, aquel mastín era joven, robusto, y en la cólera enseñaba un doble hilera de agudos dientes… Por lo cual:
- Está bien, hermanito concluyó humildemente el marrullero animal.
Y Lex, ya dispuesto a marcharse, dio fin a la enojosa entrevista aconsejando:
- Está feo, Don Juan, muy feo, que usted, a su edad, viva robando y haciendo quedar mal con el amo a un amigo como yo; y después: ¿no le remuerde la conciencia tanta muerte? Haga como yo, que no mato.
-Pero otros matan para usted.
-¡Pero yo no mato! Como de lo que me dan, pero no mato inocentes pollos ni indefensas gallinas- ¡Es cobarde eso, Don Juan, cobarde!
El zorro vio que volvía a exaltarse, por lo que juzgó prudente terminar allí.
-Está bien, hermano.
-Buenas tardes.
Y se volvió el zorro al tranquito, con más hambre que remordimiento y más ira que pesadumbre.
II
Lex enderezó las orejas y mostró los dientes. ¿Sería cierto? Había oído un murmullo entre las hojas. ¿Otra vez ese incorregible de Don Juan se permitiría?… Otro murmullo lo interrumpió, haciéndole erguirse, en tensión la poderosa musculatura. ¡Pues si! Allá veía la cola de Don Juan, como un plumero, sobresaliendo de los pastos. ¡Guay de él! ¡De ésta sí rompían amistades!; pensó el incorruptible Lex. Y allá se largó ciego de furor y rugiente de cólera.
Don Juan ya había tomado la delantera. ¡Y corría el viejo! Salto aquí, brinco allá, se acortaba la distancia.
-¡Viejo asesino, ya verá! le rugió Lex, verdaderamente indignado.
-¡Cruar, cruar! hizo el zorro.
¡Se burlaba! Aquello acabó de exasperarlo… Ya lo tenía a dos saltos, ya se disponía a brincar, ya se aprestaba a abocadearlo… mas hete que el zorro para en vilo y toma un atajo. Lex, con el impulso de su carrera, no pudo detenerse; y cuando lo hizo, mientras se volvía, ya el zorro llevaba sus cincuenta pasos. Y allá se fue el mastín más enardecido, salto aquí, brinco allá, volvía a cortarse la distancia. De rondón, en un recodo, Lex lo perdió de vista; detúvose olfateando…
-¡Cruar, cruar! Sobre una lomita, y casi en su cabeza, estaba; ¡y burlándole! Allá se largó Lex, jadeante, ciego…
Y ya Don Juan, con el gracioso plumero de su cola al aire, corría desesperadamente. Salto aquí, brinco allá, otra vez se acortaba la distancia.
-¡Viejo asesino!
-¡Cruar, cruar!
Dio un salto el mastín con las fauces abiertas, se agachó el zorro y aquel le pasó por encima.
-¡Cruar, cruar! le gritaba desde otra lomita. Lex no podía imaginarse cómo el zorro ya pudiera estar allí; se encontraba fatigado, pero allá fue…
Y otra vez la carrera, salto aquí, brinco allá; y otra vez se volvía a acortar la distancia.
-¡Viejo asesino!
-¡Cruar, cruar! Y se metió el zorro en una cueva; iba a seguirlo el mastín cuando:
-¡Cruar, cruar!; oyó el antipático grito a su espalda. Aquello era incomprensible, pero Lex, enardecido, no se dio a meditar, y allá fue de nuevo. Y vuelta a correr y vuelta el salto aquí, el brinco allá y vuelta a acortarse la distancia. Largó una dentellada y alcanzó al fugitivo arrancándole un mechón d pelos de la cola.
-¡Cruar, cruar!; ¡cruar, cruar!; ¡cruar, cruar!...
De todas partes surgían zorros, y Lex, entonces, comprendió lo ocurrido: ¡había perseguido a varios zorros que se turnaban; no sólo a su aborrecido Don Juan!
- ¡Ah, pillos! Barbotó- Uno las pagará. Y se dio a correr al que tenía por delante, él que, aprovechando su asombro, se había apresurado a sacarle una prudente ventaja. El mastín se sentía cansado, el anhélito le interrumpía la respiración, la lengua le colgaba, seca, entre los colmillos, las fuerzas le faltaban; mas hizo un esfuerzo y, salto aquí, brinco allá, se largó otra vez, cuando el zorro desapareció en otra cueva.
-¡Cruar, cruar!; ¡cruar, cruar!... le gritaron a su espalda; él no hizo caso y se metió tras su perseguido. Tenía la cueva otra salida, pues a lo lejos veíase un boquerón al que la luna iluminaba. En verdad que el zorro estuvo en peligro esta vez; ya lo iba a atrapar, cuando aquél salió al campo; salió Lex y, ¡cuál no sería su sorpresa!: una muchedumbre de zorros lo esperaba allí; miró a su espalda y del boquerón de la cueva salían y salían zorros. Lex comprendió que había caído en una celada; mas, valiente, y aún cuando estaba postrado por la carrera se dispuso a combatir. Los zorros lo cercaban furiosos, amenazantes…
-¡Buenas noches hermano! díjole la irónica voz de Don Juan.- Oiga hermano, le aconsejo que no pelee, porque al fin, ¿qué va a hacer con matar uno o dos?... Entréguese, le aconsejo.
Lex hizo un movimiento de protesta. Don Juan prosiguió:
-Sé que le es duro… ¡Pero qué se va a hacer! Yo le garantizo su vida.
El mastín, a quien su postración le aconsejaba prudencia, se entregó, fatalista y resignado.
III
Aquella mañana era el comienzo del cuarto día que Lex pasaba en cautiverio a sólo agua.
Lo habían llevado a una hoya, y en vano fue que buscara una hendidura entre la roca: sus latas paredes eran tan de una pieza, tan incorruptibles como su propia vigilancia. El mastín, hambriento, furioso al principio, se sentía desfallecer, y bien comprendía la intención de sus carceleros: dejarlo morir de hambre.
-¡Pérfido Don Juan; y yo que creí en su promesa! así pensaba el preso cuando:
-¡Co co có!... un cacareo para él familiar, interrumpió sus meditaciones, y al punto saltó a la hoya que le servía de calabozo. Tuvo un respingo; la gallina picoteaba el suelo confiadamente; Lex contemplóla un instante. ¡Sí que la conocía! ¡Si era la más gorda de su gallinero, la más cuidada por su amo, la más ponedora!
Ni meditó siquiera. Le imploraron sus tripas, dio un salto y, a la primer dentellada le tronchó el pescuezo.
IV
Flotaba alguna pelusilla que un viento juguetón arremolinaba en los rincones: era todo lo que restaba de la gallina tan gorda, tan cuidada, tan ponedora… Lex se lamía el hocico mirando al cielo, más que en acción de gracias por habérsela mandado, por ver si saltaba otra… Desprendiose una de las piedras que formaban las paredes de la hoya y por el boquete se asomó la aguda cabeza de Don Juan.
-Buenos días, hermano.
-¡Groooun! refunfuñó el mastín.
-¿No vio una gallinita por aquí?
Lex callaba. Don Juan saltó adentro y, como buscando:
-Por aquí debe haber andado un zorro. ¿No lo ha visto? ¡Sólo la pelusilla ha dejado! ¡Qué bárbaro! Si, esto es cosa de zorro, nada más que un zorro puede comerse así una gallina. ¡Hasta las patas!, ¡hasta el pico!, ¡hasta las plumas! ¡Bárbaro el zorro! ¿No lo ha visto?
Lex callaba; se miraron un instante, Don Juan entrecerrando sus ojillos, el mastín como avergonzado, hasta que bajó la vista. Rió Don Juan.
-Sabe, hermano, que está muy feo, ¡muy feo! ¡Es usted un asesino! ¡Comerse una indefensa gallina! ¡Es cobarde!.. Y concluyó, remedando el discurso de días anteriores: -¡Un asesino!; y como asesino se merece… ¡Sígame!
Se metió por el boquete. Lex siguiole y así salieron al campo; tomó el zorro por un matorral, siguió por otro… Marchaban en silencio. Lex, cabizbajo, trotaba. Don Juan con su gracioso tranquito y mirándole socarronamente de reojo. Al desembocar en un camino, Don Juan le habló:
-Hermano, siga por aquí y llegará a su casa; lo han de estar extrañando sus gallinitas. Espero que no me guardará rencor, que seremos amigos. Y se dieron las patas conciliadoramente. Lex había corrido unos pasos cuando el zorro le chistó:
-¡Psh! (Esta vez lo tuteaba: enseguida habló). Hermano, no te olvides de esto: Sólo es buen juez el que tiene hambre.
Y se perdió en el matorral.
Extraído de la revista “Caras y Caretas” Nº 1309 del 3 de noviembre de 1923
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